Tres días con la familia. ( Mar Coll. 2009 )



Aunque haya escrito en el post anterior que bla y que bla acerca de los filmes que transcurren sobre cojines de sofás de Roche Bobois, no quisiera regresar al convento sin confesar que los burgueses de “Tres días con la familia” son una gente encantadora.

La desesperación de Marta Etura aferrada a la verja del penal en Celda 211, es tan hermosa que deja pocas dudas, pero no es menos cierto que el hecho de que Nausicaa Bonnín regresase a casa sin su premio, es una de esas malditas injusticias con las que el mundo del cine putea a sus hijos.

Un servidor, al que le suelen aburrir las melancolías de más de dos minutos, se fascinó con los ojos y las penas de la madre y la hija en el columpio.

En catalán mejor, claro.

Películas acerca de gente normal.

Casi todos los directores terminan contándonos historias de arquitectos, pilotos de avión y dueños de discográficas. Uno se cansa de tanta discusión matrimonial yendo en el Range Rover a buscar a los niños a la hípica.

En el otro extremo de la vida, están esas historias de gente que vive en furgonetas, roba en el Carrefour y folla sobre la encimera descascarillada llena de cacharros sin fregar. Son esas existencias entre desguaces y trenes de cercanías que tanto les complace reproducir al resto de los cineastas/os.

Soy consciente de que mi vida, la del conductor de bus que me lleva a las siete y la del ordenanza que apaga las luces a las seis, dan para bastante poco. Más allá de tener que ir a buscar el coche al depósito municipal por haberlo dejado en doble fila, la gente normal somos poco proclives a situaciones tan emocionantes como para ser guionizadas. Por eso Uma Thurman es la novia de un mafioso y Escarlata la dueña de una plantación.

Así pues, carezco de grandes argumentos con los que convertir en justificada mi protesta, sólo se trataba de exponer un pataleo, mi indignación porque los técnicos de grado medio jamás salimos en las pelis.
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Ю́лія Володи́мирівна Тимоше́нко

Cuando la tele era en blanco y negro ponían un anuncio de margarina, una señora asomada a la ventana llamaba a Luisito a merendar y Luisito, un imbécil a medio camino entre Joselito y Pocoyo, hacía caso omiso y se quedaba dando balonazos en un descampado.

Entonces, en la cocina aparecía ella, llevaba bota altas, rojas, un delantal bordado y trenzas rubias, tan gruesas como las lianas de las que se colgaba Tarzán. Con sonrisa virginal se ponía a untar mantequilla sobre las rebanadas de pan del bocadillo, quizá con excesiva sensualidad para tratarse de rodajas de chorizo, mientras Luisito, presa de un extraño frenesí, corría para casa
y la mamá reía a carcajadas, sin duda intoxicada por los vapores de la laca.

Timoshenko se parece a la chica rusa de la mantequilla, pero aunque ella quiera aparentar ser una sencilla campesina, limpia y prieta de carnes, es en realidad una millonaria engreída y mega pija.

Su prosperidad está parentalmente vinculada a los tiempos en los que medraban los correveidiles burócratas colocados desde Moscú, los mismos que, cuando el tinglado trastabilló, ya tenían su propio cacho de ex Unión Soviética asegurado en la faldriquera. Así Yulia, que pasó de comunista a empresaria en menos de lo que cuesta decir “Lénin”, se filtró hasta la política y continuó prosperando a base de populismo nacionalista. De ahí que su mirada sea tan fría como esperar el autobús en una esquina de Kiev una noche de febrero.

Pero lo cortés no quita lo valiente; no voy a negar que un servidor estaría encantado si alguien, suelto en lenguas eslavas, tuviese la amabilidad de traducir este post al ucraniano. Por si algún día esta dama pudiese llegar a entererase de cuanto me gustan sus trenzas, sean suyas o no, que eso qué nos importaría una vez cerrada la puerta y puesta a tope la calefacción.

Porque por cierto, a esta chica lo que le sobra es gas.

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La escena de la estación de Campanella.


Desde aquella de París en la que a Humphrey se le empapan la gabardina y el sombrero, hemos visto muchas estaciones. Irene no es la primera en correr por un andén con el corazón roto, un arrebato romántico que llegada la era de los trenes de alta velocidad sólo cabe en Usaín Bolt.

Sin embargo la despedida en la estación de “El secreto se sus ojos” es una secuencia hermosa. A los organismo pluricelulares que se desarrollen de entre nuestros escombros tras la hecatombe les bastará con visionarla para entender cómo nos enamorábamos los humanos.

Aunque en realidad lo que más me ha emocionado de esta película es ésta cara de Guillermo Francella.
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D e d i t o.

Ignoro qué es lo que lleva a un hombre a apuntar de este modo con el dedo como vínculo inherente a la verdad, a opinar tan rotundamente sobre lo humano y lo divino.

Debería esperar a hacerse viejo para evaluar dónde y cuanto colabora. No sé yo si a los inteligentes (él lo es) les merece la pena arrugarse el traje en según qué sillas.

No sigo o tenderé a lo mismo, y gratis, me basta con editar este plis-plas de vídeo en el que acusa de cosas espantosas al actual presidente de gobierno, cual si fuera un malvado de Disney.

“Zapatero es el revolvedor del resentimiento, ¿eh?, el que coge el resentimiento de la gente, ¿eh?, y lo transforma en fuerza motriz…”  (Juan Manuel de Prada en un programa que ponen en una cadena que tengo sintonizada entre un par de teletiendas).

Paseo de Echegaray y Caballero, el otro día.

Hace unos días elucubré acerca de estas dos construcciones de ladrillo que he visto durante toda mi vida; unas pilastras ahora fuera de contexto integradas  un poco a la fuerza en una estructura urbana lisa y sin árboles.

Mirando fotos antiguas averigüe que su propósito original era señalar la escalera por la que se descendía a un embarcadero junto al puente de Piedra. 




En 1964 se construyó en ese mismo lugar el anterior Club Náutico. Hoy su espacio lo ocupa otro garito mucho más moderno que confía  en que con un poquito de suerte, y la suerte es una niña rarita de cojones, llegará a tener la misma vida y solera que tuvo el anterior.

La foto de la revista LIFE y es de 1952, pero otras pilastras como esas ya existían junto a otras escalericas que se utilizaban para bajar a las barcazas que cruzaban a la arboleda de Macanaz. Eso fue hasta 1941, el año en el que se instaló la Pasarela que a su vez fue sustituida por el puente de Santiago en 1967.



Durante la década de los cincuenta estaban en obras el edificio del Ayuntamiento y el entorno del Monumento a los Caídos con sus hileras de cipreses, que daba muy mal rollo y queda rematadamente mejor donde ahora está. Pero seguramente lo que más emocionó a los zaragozanos de entonces fue la reestructuración en 1954 de la Plaza del Pilar (unión de las del Pilar y la Seo), que existió hasta 1989, cuando se acometió la última reforma, por cierto efectuada siendo alcalde un señor que extrañamente desapareció en el éter. Supongo que por lo que pudiera pasar.
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Señor Juez, soy culpable porque bajo cosas que no son mías.

Quiero decir en mi defensa, señor Juez, que voy al cine con frecuencia, que mientras hago cola no empujo sino que me distraigo mirando la nuca de la persona que tengo delante y que cuando llego a la taquilla, y si me invitan insto a quien me invita a que haga lo mismo, entrego la cantidad estipulada en moneda de curso legal.

Que puesto que nunca como palomitas, puedo asegurar que una vez terminada la sesión apenas necesitan pasar el aspirador sobre la butaca que ocupé.

Además de eso señor Juez, añadiré, sin pretender con ello ser más solemne que su toga o el boli bic con el que su señoría está
tomando nota, que soy de los que opina que las salas de cines deberían instituirse como recintos sagrados puesto que es ahí donde desde hace cien años la mayoría de nosotros averigua cómo serían nuestras vidas si no fuesen nuestras vidas.

Allí su señoría y yo hemos sido indios sioux, astronautas y esclavas de Cleopatra, boxeadores, enanitos, geishas, oficiales nazis y agentes al servicio de Su Mejestad. Nos las hemos visto con Al Capone, con áliens viscosos, con miles y miles de chinos realmente irritados y con tiranosaurios rex. Por ello estoy convencido, señoría, de que cada vez que han derribado un cine han hecho llorar a Dios, a la princesa Leia y a Cantinflas.

Lo que pasa señor Juez es que a veces, cuando en la televisión no hay torneo de golf ni concurso de misses, me apetece ver algo que en su día no pude ver, algo que jamás se vio en ninguno de los cines de la aldea en la que vivo o algo que sólo puedo ver allí donde me lo encuentro.

Y es entonces cuando delinco señor Juez.

En muchas ocasiones hago clic con el botón derecho del ratón donde no debo , y como si eso no fuese suficiente, me pone mucho ver cómo poco a poco se va agrandando la barrita verde del porcentaje de descarga. 


Por todo ello soy más culpable que la madre de Psicosis, pero pido que no se me tenga por maldad mi amor por la agente Clarice Satrling, que no se me recuerde sólo por mi afán de cultivar mi espíritu tangándole a Coppola los tres padrinos en una sola tarde.

Quédele además constancia a su señoría de que siempre que puedo, acudo a salas de estreno, amén de que por el camino, con los impuestos que razonablemente me chulean por la gasolina, el café, la caja de chicles y el parquímetro, contribuyo a que el cine siga funcionando y a que ningún crítico carezca de zapatos y duerma sobre la nieve por mi culpa. 



La Mirada de Jacqueline Bisset


En “Death in Love” de Boaz Yakin. (2008)

¿Es que no hay nadie más por ahí?

¿No hay nadie? ¿Tan pocos somos en este pueblo?

Tiene que haber, es imposible que no exista alguien con capacidad y un poquito de impulso, alguien que sólo tenga dos o tres trajes.

Que haya viajado mucho en bus urbano y que su apellido no tenga guioncito.

Un cerebro con vistas al campo que lleve años escribiendo su programa. Que tal programa será un libraco, ni duda cabe, pero aportará eso que la RAE define como “una disposición que se ordena en la fantasía para la realización de una obra”. Dicho en cheso y en bable; un plan.

Ese quien sea, ovule o no, yo rogaría que sea nuevo en la oficina, que venga de una fábrica, del despacho de una PYME o del claustro de una universidad, pero sobre todo; que no tenga currículum de político, ni aquí ni en Europa ni en La Muela. Alguien cuyo padre, tío o abuelo jamás haya estado cerca de un escaño.

Si ese quien sea es de los que opina que hay que crujir a impuestos a los que más tienen, controlar a la banca, estatalizar, gastar dos cincuenta en armamento y jubilar al Borbón, a mí me dará una alegría.

Aunque ¿qué le vamos a hacer? de no ser así un servidor estaría dispuesto a esforzarse y hacerse el simpático, sólo en el caso de que sus soluciones fuesen soluciones y no meras estadísticas y tartas de colores en el powerpoint.

Alguien tiene que haber, digo yo. Y pregunto, que es que uno no entiende de según qué cosas:


¿Ese tal Messi no dicen que es muy bueno? ¿Qué es pues lo que sabe hacer ese chico?
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M a i t e n a.-

Aunque cuando diga las noticias ponga cara de canalla, Piqueras no es mal tipo, lo que pasa es que al perder pelo algunos parecemos villanos de ciencia ficción. Pero él no quiere dominar el Planeta, quizá se torne excesivamente grave cuando habla de lo que hay, pero es el patio el que está así y según con qué crónicas no vale ir de cachondillo.

En realidad yo no entré aquí para hablar de Piqueras, que daba ya las cifras del paro cuando se pagaba en pesetas, lo que quiero es protestar porque nadie avisó de que llegaba Maitena.

Y era como para una sesión plenaria de las Cortes, hay que ver a esta chica leer en el prompter con esos ojazos, y cómo te habla del fondo de la curva de la crisis y de las once fábricas de neveras que cerraron, y aún así te alegra el día.
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Polytechnique ( Denís Villeneuve. 2009 )

Y éste es el post que va justo arriba de la aclaración hecha justamente abajo. De hecho esta noche, y como prueba de mi ausencia de profesionalidad, ya no le voy a dar más vueltas aunque podría dar bastantes y quizá, en la número cien, encontrase un texto lúcido con el que acompañar estas imágenes. No he llegado a tanto y me he rendido en la vuelta número tres absolutamente convencido de que no hallaré en mi cabeza ninguna idea que me sirva para describir el estado de tensión que he vivido durante setenta y siete minutos.

La protagonista, que se pone guapa para una entrevista de trabajo, llora después escondida en un lavabo sin tener ni remota idea de que en ese instante ya pertenece al contexto de una masacre que dio la vuelta al mundo.

Por cierto, invierno impresionante el de Montreal, después de ver esta película ya no sé si denominar invierno a este que ahora mismo menea los árboles frente a mi balcón.

Ella es Karine Vanasse, que además de actuar puso pasta, y la fotografía es de Pierre Gill.

*Polytechnique está basada en los sucesos ocurridos el día 6 de Diciembre de 1989 en la Escuela Politécnica de Montreal cuando un perturbado accedió al centro armado con un rifle y asesinó a tiros a catorce de sus alumnas.



http://es.wikipedia.org/wiki/Masacre_del_Polit%C3%A9cnico_%C3%89cole

Juro que no voy de enterao.

La pura verdad es que este blog no es un sitio serio, lo mío no es opinar sobre encuadres, decir si hay errores de guión o si la actriz que hace de monja más parece la dueña de una wiskería. Lo mío ni mucho menos son los tecnicismos, para eso existe una carrera que, si no me equivoco, son seis años y nonacientos créditos de la que sales como LTTO (Licenciado en Todo Tipo de Opiniones). A partir de ahí la mayor parte de las veces tu trabajo consiste en afirmar con rotundidad que es una birria todo aquello que le encante a cualquiera que no posea tu nivel de estudios.

Yo me limito a venir aquí de vez en cuando a hacerme el graciosillo, tomándome a chufla las pataletas del facherío o el tríptico ideado por la concejala socialista superpija experta en dar consejos a madres solteras sin trabajo.

Otra cosa es que en tardes como esta vea un filme que me deje del revés, como cuando te quitas deprisa los vaqueros mientras tu vecina de arriba, que bajó a por sal envuelta en una toalla, se confunde y pasa a tu dormitorio en lugar de a la cocina.

Cuando una de esas pelis me impresiona me gusta decírselo a alguien. Por un lado por hacerme el cultureta y por otro, por si a ese alguien le apetece hundirse en la ilegalidad y bajársela de la red.

Lo aclaro, eso es todo. Ahora ya puedo postear lo que viene justo arriba.
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I n j u s t i c i a s.- ( el ventilador de Haití )

Otra vez Haití se fue a la porra, bajó de golpe dieciocho pisos más al fondo del infierno en el que ya vivía y del que sabían todos los gobiernos, todas las agencias de noticias y todos los que comemos al mediodía con la tele puesta.

En algún techo de Puerto Príncipe había un ventilador colgado. Un ventilador viejo con las aspas repintadas, una foto de esas geniales del tercer mundo que tú y yo subimos a Flickr inmediatamente después de deshacer la maleta.

Con algo de suerte seguirá allí, aunque la experiencia nos demuestra que a la suerte le gustan poco determinadas zonas del planeta. A la suerte le mola más el norte, el asfalto y los edificios de acero inoxidable. La suerte se encuentra a gusto entre las calles con boutiques de marca y recostada en la tapicería de un Porsche. Son manías de ella, Gardél decía que es grela, pero es que Gardél estaba muy quemado.

En mi casa tengo un ventilador muy parecido, podría pasar que a un escape del gas de Endesa se le antojase tocar los huevos en mi bloque y el ventilador cayese sobre mi cabeza precisamente mientras veo en la tele de plasma un concierto benéfico de Juanes y Bosé.

Pero creo que al menos hoy no sucederá. Rezaré en cualquier caso para que no ocurra, seguro que por alguna extraña razón mi oración será más efectiva que la del haitiano medio.

Todos los ventiladores del mundo deberían ser iguales ante Dios.
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