Enamorados de Cesaraugusta; fotos de J. M. Soler.


Creo que conozco a este caballero, en cualquier caso deduzco por qué calles camina, qué puentes cruza y en qué plazas se sienta a esperar a esa musa japonesa con muchos megapixeles que les besa en el cuello a los fotógrafos..

Pego aquí el enlace a su álbum porque he pasado mi rato del café perdido  en sus recuadros, el café mediocre pero el rato magnífico, y gratis, he pagado muchas veces en un cine por imágenes infinitamente menos gratificantes.

Tal vez tengan razón "esos", los que dicen que una buena parte del contenido de Internet vale demasiado como para ser regalado sólo con un clic.

Confío que durante un tiempo aún existan artistas  generosos que me dejen tomar cafés al tiempo que paseo por rincones alterados e imposibles de esta misma ciudad o de otra que le quede en las antípodas.

Gracias.

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Miguelín se queda._

Ha dicho la ministra Salgado que Miguelín no hace falta que vuelva a España, que puede quedarse en Shangai que por nosotros no hay problema. No creo que extrañe a la familia, se hará a aquello enseguida, es la ventaja de ser pequeño.

Mucho mejor para el niño, allí crecerá sano, se hará más disciplinado y le enseñarán tai chi. Botellones en Pekín dudo que hagan muchos, se convertirá en un chaval delicado y amable que pasará los fines de semana practicando caligrafía. Sonreirá, dará las gracias por todo y si a los dieciocho le compran una bici será el hombre más feliz del mundo.

Tal vez llegue a ser de mayor un alto ejecutivo en una de esas macro-empresa de importaciones que mandan a Europa bolsos clonados de Tous, y si algún día siente la llamada de la sangre, Coixet estará encantada de pagarle el viaje. Necesitará quitarle los asientos a un Jumbo pero eso no importa, una madre es una madre. Podría pasar aquí un par de semanitas, lo justo para llevarlo a ver la Sagrada Familia y una corrida de el Juli.

Comprenderá enseguida que va a vivir en una sociedad férreamente controlada, que allí confianzas las justas, nada de andar diciendo lo que se piensa. Si de niño le explican bien las cosas cuando crezca entenderá a la perfección porqué la ausencia de democracia en China es lo de menos y que lo que realmente importan son los mercados, sabrá que para triunfar es imprescindible poner a los más pobres a coser zapatillas deportivas durante once horas al día.

Así que, Miguelín, no hay más que hablar, que lo pases bien, aprovecha esta gran oportunidad que te da la vida y no te preocupes por nosotros que ya nos las arreglaremos. Te pusieron ahí para representarnos y has cumplido.
 
El planeta entero ha visto a España reflejada en tu desproporcionada cabezota de bebé institucional y gilipollas.


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Todos se meten con Leire


Pura envidia, cállense ya esos españolitos maldicientes, la  nueva ministra no tiene la culpa de que le hayan pasado tantas cosas en tan poco tiempo.

Lo que sucede es que sabemos de ella demasiado, es lo que tienen las vidas públicas, que la plebe se entera hasta de que tienes aerofagia, por eso deducimos que nunca necesitó presentarse a unas oposiciones, que jamás obtuvo plaza en Benifallim, Cullera u Onteniente y que ninguna universidad de los EEUU le otorgó una beca para el estudio del impacto de los petardos en la sociedad levantina.

Su mérito estuvo en quedarse a vivir en la política, siempre solidaria con todo lo que fuera menester, hiperactiva y omnipresente, profesional de la verborrea políticamente correcta fue yendo de dados a dados tirando fuesen o no fuesen cuadrados.

En mi escasa formación y en mi sólido escepticismo alguna vez he llegado a sospechar que, para iniciar una carrera política, basta con hacerse estampar photoshopeado en los carteles, yo mismo tengo una reticente pesadilla en la que, tras militar con éxito en el Partido Independentista Monegrino, soy elegido senador por Perdiguera.

Uno sólo asciende en su trabajo sacando brillo y meneando lo mejor que puede las piezas que le mandan, da igual que sean botellas de Ajax pino o negros atachés, y visto lo visto los jefes de Leire Pajín quedaron satisfechos, tanto así que de le bastaron cuatro años para pasar de diputada de infantería a Secretaria de Estado, y de ahí a Secretaria de Organización.

Pero la alta política no sería posible sin nuestros confiados y posiblemente irreflexivos votos, así que no sé de qué nos quejamos los que vivimos en el entresuelo. Dada la juventud de la ministra de Sanidad, todos la hemos visto rellenando los impresos y apilando cajas hasta alcanzar el estante en el que estaba su cartera.

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Nota: Tengo un amigo militante que me reprocha ser ibéricamente mezquino en mis apreciaciones pasando por alto algo tan vital para un político como la vocación de servicio.

Vale, pues entonces será eso.

El mal rato de la Casa del Canal.

Tener más de tres siglos debe de ser ya bastante chungo, pero si además te has visto como palacio y te ves ahora como un arruinado caserón, debe ser para partirte las jácenas. No es de extrañar que llegado a tales te insensibilices y deje ya de dolerte cuando se te desploma el artesonado del zaguán.

Aunque seas un bien de interés cultural a los técnicos parece no importarles la angustia que sientes en las vigas. Sólo reaccionan cuando, ya hasta los huevos, se te cae un trozo de cornisa sobre una señora que venía del Mercado.

De vez en cuando te van a ver como haciéndote un favor. Miden tu inclinación comprobando si por las grietas de tus paredes maestras ya cabe un boli Bic. Terminarán por tabicarte las puertas rodeándote con una valla amarilla mientras la lluvia sigue colándose hasta tus neoclásicos riñones. Las gatas callejeras aprovechan tus huecos para parir. El que algún profesor de arte escandalizado  despotrique no impedirá que tus tejas sigan estrellándose contra el pavimento.

Un día verás llegar una excavadora y se te vendrá el mundo encima. Pensarás que la cuadrilla de analfabetos ha optado por barrerte. Pero pasados los primeros golpes de pico, que supongo son los peores, terminarás por resignarte a que esa honesta y diligente constructora te vacíe las entrañas.

Eres un caballero, entenderás que el hombre del volquete es de Barranquilla y no tiene la culpa de que los hermosos estucos de tu escalinata terminen en una escombrera de de Valmadrid. En un par de días apenas serás una cáscara de melón. Finalmente, con un rollo de alambre atarán plásticos a las rejas de tus balcones y no serás sino una fachada apuntalada. Ten paciencia, te dirán, después de que hayamos invertido en ti varios millones vas a convertirte en “Sede de la Demarcación de Carreteras del Estado”.

Y tú, que naciste en el siglo XVIII y no tienes ni la más mínima idea de para qué sirve una autopista, suspirarás confuso pero ligeramente aliviado.

Después de muchas décadas de abandono tus dueños ya no serán condes ni virreyes, pasarás a ser suelo y tabiques de despachos, solar de vicesecretarios y subdelegados. A mí me contarán la milonga de que eres un bien público, pero créeme, salvo aquellas brevísimas jornadas en las que gentuza como yo hizo añicos los espejos que colgaban en las Tullerías, el pueblo jamás ha sido quien ha decidido la utilidad final de los palacios. 

Casa del Canal en un plano de 1911

4 HORAS


A las ocho menos cuarto recuerdo sus pechos asomados, su blusa blanca con los botones de dos en dos, su ingenua maldad, mi miedo a tenerla, sucedía a veces, tocaba el timbre y aparecíamos así.

Casi a las nueve recuerdo su cintura, la marca rosa de las medias que se acababa de quitar, su piel igual de tibia que la taza de café olvidada  sobre la mesita, la música en la otra habitación, el ruido del grifo del vecino y el ligero jadeo mientras la investigaba.

A las once recuerdo su pubis, agitado, boca abajo, manchándome la sábana, perdidas las formas, era una Cenicienta renegando del cuento que me mordía y me empujaba desconcertándome, más desnuda de lo que creía estar.

Y la recuerdo a las doce bajando del coche, vestida deprisa, llevando ropa en el bolso y las mejillas anaranjadas, taconeando hasta el portal, y me recuerdo a mí mismo, solo, pensando en que él estaría arriba, esperándola sentado en el sofá y ansioso por saber cómo le había ido la reunión.

La televisión de los nostálgicos.


Apilé con cuidado las cuatro galletas destinadas a morir en el vaso de leche y le di marcha al ordenador que zumbó obediente, tocó la musiquina de Windows y me anunció que el antivirus tal y cual, y cuando por fin pude clicar obre el icono de uno de los cinco periódicos que tengo en el escritorio, se me obligó a visualizar una publicidad en la que un cuarentón con pelo gris distribuía a su señora y a sus hijos en su Audi 3.333 (o 33.333) a lo largo de una ciudad de ensueño en la que todo dios era feliz y sonreía.

Concluido el anuncio leí los titulares; el paro subido a corderetas en los lomos de ZP, el Parlamento de Cataluña vetando la comercialización de aceitunas La Española y una noticia que me ponía sobre aviso de que el Valle de los Caídos está cayéndose a trozos. Culpaban de ello al gobierno rojo, acusando a la vicepresidenta de brujería y denunciando que el PSOE tiene un plan secreto para dinamitar el monumento ayudado por una cuadrilla de rumanos con una furgoneta.

Desde hace más de un año, pormenorizaba el redactor, no es posible visitar la gélida basílica en la que descansa, que ojalá sólo sea un decir, el dictador Francisco Franco. Citaba el texto al presidente cierta fundación cuyos apellidos, merced a que Google está en todo y al tiempo todo está en él, me bastó copipastear para dar con su perfil de Facebook.

Ahí se desparramaron por mi pantalla pataleos, suspiros y quejidos. Retóricas alcanforadas de cuatro sujetos ajenos al siglo que viven, letanías mentando a Pemán, águilas y bandericas, muchas, y entre tanta caspa la foto de éste señor, documentalista considerado, que el otro día y en el programa que dirije llegó a decir que no es cierto que el general Yagüe ordenase una masacre tras la toma de Badajoz en agosto de 1936.

Según dicho programa, fueron los periodistas extranjeros (es evidente hasta qué punto nos odian a los españoles en el extranjero) los únicos responsables de haber sobredimensionado las cifras ya que el generál Yagüe, además de marqués por méritos de guerra, fue un excelente padre de sus hijas, más recto que una vara e incapaz de mandar fusilar a  cuatro mil personas. En todo caso a la mitad.



Como ejemplo éste vídeo, en el que, alabando a Millán Astray, parecen lamentar que los chavales de hoy no se vean en la obligación de luchar en una guerra.
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El reparto del botín (homenaje a Manuel Alexandre)



…¡A mí ponme cuatro o cinco trajes, y un abrigo, y unos zapatos de ante!…  ¡Y camisas! ¡Y un billetero de piel de cocodrilo con un billete de mil pesetas!  (el cajero Benítez)

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Atraco a las tres  (José María Forqué, 1962)

El hombre más importante del mundo.


Sin coñas papelicos -me dicen desde Atacama- que esto es serio y hasta el más chulito se acongoja, habrá sido diseñado por la NASA pero el invento se reduce a colgar a un hombre de una sirga que  baja en picado hasta  la barriga del desierto.

Un operario empalma un cable con cinta aislante, la cámara lo graba de cerca, nunca un currante con sus alicates ha sido tan vital, posiblemente éste sea el único hombre imprescindible del planeta. El caso es que, mientras escribo, a 10.500 kilómetros en línea recta de mi casa acaba de ser rescatado el primero de los mineros. Setenta días tragando polvo, el minuto más emocionante de la televisión lo protagoniza un señor de cara quemada que hasta hace dos meses se ganaba la vida bajando al infierno.

Pero es otra historia, hoy nadie va a ser tan jodidamente aguafiestas como para echárselo en cara a nadie ni para reprocharle desidia al presidente pródigo en abrazos. Ni a quienes en el primer mundo igualmente nos marchamos a dormir cuando la película no termina  tan bien como esta.

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Vargas LLosa.


Según parece, si te las quieres dar de literato, ante todo debes ser crítico con los grandes premios, patear siempre y decir que muy bien éste pero que mucho mejor hubiese sido aquel.

Un servidor queda lejos del Olimpo y solamente se asoma al universo de las letras desde su humilde y autocomplaciente bloc, aunque bien es cierto que en una ocasión, y con motivo de un librito de doscientas hojas, estuve invitado al vino español con el que el alcalde nos obsequió a una docena de  escribientes vírgenes que acudimos acompañados por una media de quince familiares cada uno, la mayoría abuelas. Como las mías ya fallecieron en mi caso sobraron taquitos de jamón que se debió comer la abuela de otro.

Dada pues mi condición de vasallo cuya opinión se muere entre las rocas sin llegar a puerto alguno, puedo confesar con toda tranquilidad  hasta qué punto me emociona utilizar el mismo diccionario que el señor sobre el cual ha recaído el Premio Nobel de Literatura.

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Crónicas de singles: El cumpleaños de Rebeca


Los más animados interpretan una coreografía básica en la que sólo interviene el brazo que no sujeta el cubalibre…

-¿Eres compañero de Rebeca?  -Me pregunta una mujer con los ojos claros y unas ojeras mal disimuladas que la hacen atractiva.
-Sí…  Bueno, ella está en otro dep...

Estridente y descontrolada, como poseída, Nena Daconte ahoga mis palabras. La mujer de las ojeras no sabe  qué más decir, y yo tampoco, apenas cinco segundos y una amiga de andares desgarbados (le rozaba un zapato) ha venido a llevársela alegando que Chusa, que no sé quien diantre es,  ya se iba.

A pesar de la agónica Daconte, el caballero que hay a mi lado bebe en silencio, tiene poco pelo, muchísimo menos que yo. Me he alegrado tanto que creo que he sonreído observándolo, menos mal que no se ha girado porque me rompe la cara. Sin embargo el tío que está a su derecha sacude coqueto una melenita gris, será por eso por lo que se cree con derecho a tocarle los huevos al camarero, levanta impaciente un vaso sólo con los hielos.
-¿Bombay? ¿No tienes otra? ¡No, no, quita, esa no! Beefeater tampoco... Déjalo –dice resignado- la Bombay ya me vale.

Los hombres venimos de a uno, entramos con prudencia, como quien entra a una comisaría con el carné caducado, avanzamos estirando el cuello en busca de la persona que nos trajo o nos recomendó venir.

Las mujeres en cambio llegan de cuatro en cuatro, son un desfile y si se distancian unas de otras parecen asustarse, así que aguardan y no prosiguen hasta que el grupo se compacta de nuevo. Es una estrategia, lo he visto en un documental sobre cebras en la 2, manteniéndose todas juntas (al menos así sucede con las cebras) confunden a los leones que apenas ven una marea indefinida de rayas desplazándose y levantado polvo.

Entre los dos bandos constituimos una masa descontextuada y desconcertada. Solterones que tienen a la madre con alzheimer, separados que duermen en un sofá cama subido del trastero, madres divorciadas con un hijo adolescente que ya mide 1.87. Todos somos viejos conocidos que apenas se recuerdan, las facciones te suenan o te empiezan a sonar en ese preciso instante a pesar de no haberlas visto en tu vida. Unos y otros nadamos hacia la orilla alejándonos deprisa por si hubiera cocodrilos, ni uno solo sabe exactamente qué busca y que le pide -o qué le pediría de no sentir tanta pereza- a la noche de Septiembre.

En la que llueve con fuerza, por cierto.

Doy con Rebeca o ella da conmigo, parece contenta, está sonrosada como una comulganta, quizá porque se ha pasado media tarde bajo el secador de pelo. Se ríe mucho, como si la que estuviese cumpliendo treinta y ocho años fuese la chica que se quedó esta mañana en la oficina.

En la vida real es más mona de lo que está esta noche,  Rebeca es de las que se auto-agrede cuando va de tiendas, los espejos de los probadores le hacen perder la consciencia de sus curvas escandalosamente femeninas, estoy seguro de que después, descalza y a medio maquillar, se desespera con el ropero abierto de par en par tras haber esparcido su contenido sobre la cama. Oyendo  desde allí las carcajadas de los maniquís del escaparate de Zara, secos como palos, vengativos por su inamovilidad.

Los hombres sabemos de eso aunque poquísimas veces lo manifestemos, de hecho somos unos especialistas en mirar mujeres, no entiendo porqué se nos minusvalora tanto como estilistas.

Rebeca me lleva de la mano y me presenta a cinco elegidos al azar de entre su millón largo de amigos, tiene más que Roberto Carlos. Trae arrastrada por el brazo a una amiga gorda que a su vez arrastra por el brazo a otra amiga flaca. Despues añade una morenita interesante que pone cara de ser mucho más interesante de lo que en realidad es y a un sujeto fondón y sospechosamente simpático al que por lo visto conoce de su anterior curro. Finalmente extrae de algún inframundo adolescente, a un antiguo compañero de facultad, su amigo de toda la vida –nos dice-, el típico gafitas cariñoso con el que asegura tener una relación cómplice y fraternal sin sospechar siquiera que él lleva intentando tirársela desde los quince años.


Conversamos o nos afanamos en algo remotamente similar. Alguien se adelanta al resto diciendo que está feliz porque la lluvia le está lavando el coche, no es original pero de momento a todos nos sirve. Lo malo es que a partir de ahí la amiga gorda adquiere confianza y comienza a pormenorizar una por una las vueltas que tuvo que dar para aparcar. Una vez relatada la séptima ya son demasiadas vueltas pero por suerte la del cumpleaños interrumpe para preguntarle a Lola (Lola es la supuestamente interesante) cómo le fue en Agosto por Milán.

A falta de cosas mejores Lola tenía en la boca uno de los hielos del Bacardí, se hace la elegante y disimula sin lograr evitar ponerse violeta y que su cara se congestione como la de la niña del Exorcista, por fin consigue tragar el cubito y empieza a decir desganadamente cosas inconexas de Milán, es evidente que todos le caemos mal. Rebeca, que tampoco se entera, gesticula con la cabeza y de vez en cuando, aprovechando las pausas, dice “ahá”.

Es cuando el ex compañero de facultad me pregunta si yo alguna vez he estado, me pilla mirándole los vaqueros ajustados a la camarera rubia por lo que le respondo que “si he estado dónde”. Que si has estado en Milán, me dice, y yo le contesto que no. Después le pregunto si es que él sí, pero resulta que tampoco, y dado que la conversación rula por una vía rematadamente muerta los dos nos volvemos apurados hacia la amiga flaquita, que también estaba distraía, en su caso leyendo las etiquetas de las marcas de cerveza, y le preguntamos lo mismo. Nos sonríe cortésmente, se le nota un huevo que no estaba atenta cuando fuimos presentados y que no tiene ni remota idea de quienes somos. Y en lo que se refiere a Milán no, jamás ha estado, aparte de eso está jodida de frío porque eligió para esta noche un vestido excesivamente ligero y cortito que el único deseo que provoca es el de invitarla a un chocolate con churros.

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C U R T I S.-


Tony Curtis abrazó una vez a Marilyn, yo me hubiese muerto justo después, él  en cambio sobrevivió cincuenta y un años. Los hay con suerte.

Puede que tuviese tocado el corazón desde entonces, Tony Curtis, que se las dió de honesto vikingo pero que bien se dejó sobitear por el libertino de Marco Licinio Craso, se encaramó en la memoria colectiva tocando el saxofón vestido de mujer con una dignidad que muchos tomáscruises le envidiarán.

Los hay con suerte, repito.

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La chica de uniforme es Janet Leigh, su primera esposa, que se parece mucho o muchísimo a la rubia mujer a la que la pirada madre de Norman Bates acuchilla tras la cortina de la ducha.

El Calamar Bravo (elegía ochentera y zaragozana)

Quedaron un sábado a las seis y media, soplaba un cierzo de tres narices en Independencia, hasta el Justicia, arriba en su sillón, se quejaba del frío.

Aún así recorrieron, y no una sino tres veces, todos los tramos de acera que van desde las escaleras de la Diputación hasta las de Medicina. En un principio conversaron poco, se sonreían buscándose preguntas, caminaban una manzana por fuera de los porches y la siguiente bajo ellos.

Tras completar la última vuelta se metieron en el pasaje Palafox, miraron los carteles de los cines y después, sentados en las escalinata de moqueta roja, consiguieron superar la parte más abrupta de los hielos y charlar diez minutos sin pausas, rodeados de piernas de parejas de novios y de botas con hebillas de los reclutas del CIR.

En el kiosco del pasaje ella compró un paquete de chicles que él insistió en pagar, en el toma y daca se le desparramaron veinte duros en monedas, a ella le dio la risa tonta y él, tras haberlas recogido casi todas, se levantó muy digno aunque inquieto porque le faltaban diez pesetas. Como no era cuestión de rebajarse a gatear en tales circunstancias los dos duros se los encontró una señora con moño y cuello de astracán que para nada se sintió indigna.

En el escaparate que hay en el rincón ella se paró a mirar un bikini rezagado desde Julio, era celeste y tenía estampados limones cortados por la mitad, le pregunto si le gustaba y él se puso colorado, o ya lo estaba. Ella había ido a la cita con unas botas camperas y un falda larga muy amplia que terminaba en una puntilla blanca y tenía dibujitos indios de la India. Llevaba la melena deshecha en millones de rizos que el viento había  triplicado reorganizándolos a su criterio. Él estaba encantado pero se sentía tenso, temía ir a decir algo y que se le trabase la lengua, dar un tropezón en el embaldosado, pensar algo que no debía pensar y que ella notase que lo pensaba porque, por si no bastasen la perfección de los rizos y el sensual paso de los elefantitos de la falda, tenía a su lado a la mujer más inteligente del mundo.

Mantuvo la calma, no balbuceó mas que en un par de ocasiones, la tarde transcurrió plácida, fría únicamente por el frío, hablaron de música y de películas, del pueblo de sus abuelos y del colegio en el que hicieron la EGB, de si creían en los OVNIS, de si les daban miedo los fantasmas y de si les gustaban las comidas raras, de si esto o aquello lo habían probado así o asá.

Mientras tanto se había hecho de noche, sobre  el Tubo ya estaba encendido el enorme letrero de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, la llovizna de cuatro gotas no llego a empaparlas pero dejó perfumadas las baldosas El ventarrón meneaba las nubes sin respeto y la luna, algo canija, apareciía y desaparecía como un niño unos metros por arriba de los tejados de la acera izquierda.

-¿No tienes hambre?... Dijo ella distraídamente mientras miraba en el escaparate de la Lepanto un libro que tenía en la portada a Francisco Umbral fumando en pipa y en blanco y negro.
-¿Quieres un helado?
-¿Un helado? –repitió ella alargado la “o” del final- ¿Te apetece un helado con este bris?
-No mujer… Si te apetece otra cosa pues otra cosa.
-Lo que me apetece es un bocadillo –respondió sintiéndose corroborada por la lógica- Uno de calamares... ¿Has comido alguna vez calamares con mayonesa?
-Sssssí –respondió él echando cuentas del dinero que le quedaba tras el cataclismo acontecido en la compra de los chicles.
-¿Vamos pues? Es que ya son casi las nueve y mi madre... ¿A ti te gustan con mucho picante?