El mal rato de la Casa del Canal.

Tener más de tres siglos debe de ser ya bastante chungo, pero si además te has visto como palacio y te ves ahora como un arruinado caserón, debe ser para partirte las jácenas. No es de extrañar que llegado a tales te insensibilices y deje ya de dolerte cuando se te desploma el artesonado del zaguán.

Aunque seas un bien de interés cultural a los técnicos parece no importarles la angustia que sientes en las vigas. Sólo reaccionan cuando, ya hasta los huevos, se te cae un trozo de cornisa sobre una señora que venía del Mercado.

De vez en cuando te van a ver como haciéndote un favor. Miden tu inclinación comprobando si por las grietas de tus paredes maestras ya cabe un boli Bic. Terminarán por tabicarte las puertas rodeándote con una valla amarilla mientras la lluvia sigue colándose hasta tus neoclásicos riñones. Las gatas callejeras aprovechan tus huecos para parir. El que algún profesor de arte escandalizado  despotrique no impedirá que tus tejas sigan estrellándose contra el pavimento.

Un día verás llegar una excavadora y se te vendrá el mundo encima. Pensarás que la cuadrilla de analfabetos ha optado por barrerte. Pero pasados los primeros golpes de pico, que supongo son los peores, terminarás por resignarte a que esa honesta y diligente constructora te vacíe las entrañas.

Eres un caballero, entenderás que el hombre del volquete es de Barranquilla y no tiene la culpa de que los hermosos estucos de tu escalinata terminen en una escombrera de de Valmadrid. En un par de días apenas serás una cáscara de melón. Finalmente, con un rollo de alambre atarán plásticos a las rejas de tus balcones y no serás sino una fachada apuntalada. Ten paciencia, te dirán, después de que hayamos invertido en ti varios millones vas a convertirte en “Sede de la Demarcación de Carreteras del Estado”.

Y tú, que naciste en el siglo XVIII y no tienes ni la más mínima idea de para qué sirve una autopista, suspirarás confuso pero ligeramente aliviado.

Después de muchas décadas de abandono tus dueños ya no serán condes ni virreyes, pasarás a ser suelo y tabiques de despachos, solar de vicesecretarios y subdelegados. A mí me contarán la milonga de que eres un bien público, pero créeme, salvo aquellas brevísimas jornadas en las que gentuza como yo hizo añicos los espejos que colgaban en las Tullerías, el pueblo jamás ha sido quien ha decidido la utilidad final de los palacios. 

Casa del Canal en un plano de 1911