Bien
que siento sentir rabia, pero este bloc de mayor quiere ser amoral, no me
gastaré las orejas releyendo en voz alta a Pepito Grillo, así son las cosas y
así se las cuento al router de Orange, él que haga lo que le de la gana, y si
se pone moralista me vuelvo a Movistar.
No me visualizo, eso sí, izando en una pica la cabeza de un potentado, aquí servidor
se va de boca, su indignación hoy por hoy sólo es literaria y electrónica, en
ese orden, cuando
hay sangre me pongo tiquismiquis, dejaremos la violencia para los violentos, se les da mejor, los
intelectualoides lloramos a la mínima, enseguida apelamos a Lennon y a Yoko Ono.
Otro
asunto son las ganas, los amagos verbales, ese jurar
por Snoopy que en el próximo Octubre Rojo seré el primero en saltar las tapias
del Palacio de Invierno con un mechero Bic en el bolsillo. O no sé, todo
depende de cómo tenga la ciática ese día.
Una
vez Toñín, mi amigo de los quince años, tras tres vasos de zurracapote en las
fiestas de Pinseque, le tocó el culo a una dama bella y madura que lucía los Wrangler
más perfectamente encajados del planeta.
De
repente, y de atrás de tan sublime trasero, apareció un gigantón de uno
ochenta y nueve que levantó a Toñín por la pechera y le dijo: ¿Tú ves ésta
hostia? Pues no te la voy a dar porque eres un mierdecica, pero haz de cuenta
que te la he dado.
Lo
del chiste de Fontdevila vendría a ser un poco de lo mismo, señores banqueros.
CONSTITUCIÓN DE 1931/ TITULO III/ CAPITULO SEGUNDO/ Artículo 44.
*Toda
la riqueza del país, sea quien fuere su dueño, está subordinada a los intereses
de la economía nacional y afecta al sostenimiento de las cargas públicas, con
arreglo a la Constitución y a las leyes.
*La
propiedad de toda clase de bienes podrá ser objeto de expropiación forzosa por
causa de utilidad social mediante adecuada indemnización, a menos que disponga
otra cosa una ley aprobada por los votos de la mayoría absoluta de las Cortes.
*Con
los mismos requisitos la propiedad podrá ser socializada.
*Los
servicios públicos y las explotaciones que afecten al interés común pueden ser
nacionalizados en los casos en que la necesidad social así lo exija.
*El
Estado podrá intervenir por ley la explotación y coordinación de industrias y
empresas cuando así lo exigieran la racionalización de la producción y los
intereses de la economía nacional.
*En
ningún caso se impondrá la pena de confiscación de bienes.
_______________________________
Nuestra Constitución de 1978 es una señora comedida y clásica en el vestir a la que este bloc, siempre superfluo y neófito en
asuntos legislativos, nada tiene que objetar. Incluso he dudado si legislativo
era con gé, porque perfectamente podría ser con jota, sería más racial.
Pero
dada la coyuntura, también palabra extraña donde las haya que a un servidor no
puede evitar recordarle las películas de Nadiuska, echarle un vistazo a la
redacción de la Constitución de 1931 no deja de arrancarnos un suspiro a quienes nos sentimos varapaleados por este desmesurado error del sistema en qyue vivimos. Un sistema que
en realidad no es tal porque hace mucho que dejó de “hacer funcionar nada”.(1)
La
Constitución de la Segunda República parece haber sido escrita anteayer, a pesar de distarnos su ordenamiento de
palabras ocho décadas no nos sabe a rancio y se deja leer lo mismo por el concejal de urbanismo que por el danzante de Yebra de Basa.
Aquella
Carta, a la que algunos escribientes de ABC tienen la osadía de llamar
trasnochada, llama cariñena al cariñena y dribla como Iniesta cuando
propone, con claridad para según quienes pornográfica, un modo de hacer en el
que prima el bien común.
Quien
suscribe no es un yanomami, cazo para algo más que para comer, pero
mi propiedad privada cabe en el reverso de un bonobus, no va mucho más allá de
una Fender de Taiwán y una docena de estantes de
libros y cuadernillos de Mafalda. Entre ellos un buen número de ejemplares de las Aventuras de Guillermo
Brown y la colección de los Episodios Nacionales que pillé cuando
fui secuestrado por el Círculo de Lectores.
De
incendiarse todas las bibliotecas de España a excepción de la mía, entendería
perfectamente que se presentasen en mi puerta sendos agentes gubernamentales. Dos tíos de negro portando una carta con elescudonacional en el membrete exigiéndome que
compartiese mis libros con el resto de la Nación.
Me
choca pues que dicho par de funcionarios no estén ya bajo el porche de la
residencia de Don Emilio Botín a fin
de solicitarle, por vía estrictamente
constitucional, que comparta un ridículo uno por ciento de su peculio con el
resto del Estado.
Al
menos durante unos meses, hasta que nos salga un curro decente a los que
trabajamos en la sala de calderas del Titánic.
Don Emilio no dejaría por ello de comer tres
veces al día, aún poseería cash más que suficiente para seguir comprándose las
bermudas en Harrods. Con sólo diez de su millar largo de millones bastaría para
reflotar la economía de la playa del Sardinero.
botín de leopardo
(1)
Sistema: 1 m.
Conjunto ordenado de normas y procedimientos con que funciona o se hace
funcionar una cosa. (Diccionario de Uso del Español. Mª Moliner)
Plácido buscó en los timbres el 4ºC, la
señora le dijo sí y después se disculpó, o más o menos, porque al de la tienda omitió decirle que su bloque carecía de ascensor. Seis tramos de escaleras y dos rellanos, ese Hillary era un maricón neozelandés, empujando una nevera se hubiese plegado en la Subida Cuéllar.
La clienta salía a las cuatro para ir a trabajar, eran las tres y media y
Plácido llevaba sin comer desde el carajillo de las siete, un día en el que se te echa la tarde sin comer
es imposible que sea perfecto, está cantado que en algún momento la pifia, el
cronista no es neurólogo pero intuye que el ayuno de tortilla provoca un exceso
de iones negativos en el sistema límbico, o quizá sea en otro sistema y los
iones sean positivos, va a ser igual, el asunto es que Plácido sintió un
chasquido en la cabeza cuando, al salir del portál cargando con el frigorífico viejo, se encontró el coche de la
municipal junto a la furgoneta en doble fila y al agente más alto desdoblando la
libreta.
Partamos de la base de que los policías municipales
no saben discutir, no están abiertos al diáolgo y se bloquean enseguida. Por parte de Plácido la bronca se limitó a un sólido discurso pleno de ironías, bisílabos oxítanos dirigidos al alcalde, invocaciones marianas y el verbo joder conjugado en
participio. Llegó al apoteosis con unas arriesgadas especulaciones referidas a la capacidad sexual de los agentes y una meditada batería de preguntas, incidiendo especialmente en la de si acudirían con la misma presteza a poner una multa a la presidenta de la Comunidad Autónoma en su portal.
Por lo que
respecta a las fuerzas del orden, el munipa de las barbas, que vino a ser el más sensible,
se puso a sacarle faltas a un asunto tan fuera de contexto como dibujo de las ruedas. La denuncia pormenorizaba todo el párrafo anterior
mas resistencia a la autoridad, alteración del orden y una bulla acojonante, aunque
esto último por escrito no se expresaba exactamente así.
Tres meses después, Plácido
aguarda a que digan su nombre en la puerta del juzgado número 6, aunque el
cartel que le pide que apague el móvil está muy desactualizado (un Nokia modelo mil y pico) él obedece. Tras mucha espera pasa
a una sala que tiene todos los fluorescentes encendidos, un vídeo VHS y un
micrófono por el que dan ganas de arrancarse por Camarón. Al fondo dos banderas
y una mesa larga por la que asoman los bustos de media docena de personas
vestidas de negro entre Darth Vader y el mounstro Triki. Dos de ellas se muestran
relativamente amables e incluso le sonríen, otras dos permanecen inmóviles, como en pleno éxtasis. Las
dos que quedan hacen pinta de ser más bordes que Calígula cuando pierde el
Lazio.
A Plácido no le permiten explicarse, él pretendía hablarles
del año que estuvo en dique seco, de que el banco le redujo el hígado a la
mitad, pero le atajan antes de que haga la primera coma. Plácido va sin afeitar,
tiene un aire de asaltar diligencias en Sierra Morena y la camiseta de La Polla
Records no le ayuda. Luego entran los polis, recitan su parte y enseguida se
piran a desviar el tráfico. En el Arrabal petó una tubería y ahora el parque del Tío Jorge
parece Yellowstone.
Plácido se queda ahí, tieso en el banco de madera y
mirando fijo el retrato del rey hasta que se le emborrona, es como si Juan
Carlos hiciera el moonwalker.
La multa está cantada, falta aún que le digan los
centímetros que le penetrarán, él lo intenta de nuevo, pero mirando ahora a
la suseñoría del medio que parece ser quien manda. Quiere contarle que ya lleva
mucho tiempo pasándolas color grana, pero su señoría no levanta la vista, continúa
meneando papelotes como si buscase la factura del teléfono de una hija suya que
tiene el novio en las Aleutianas. La que está a su derecha dirige a Plácido una
mirada de gorgona y hace chisst sin molestarse siquiera en usar el dedo. Le recuerda
que sólo debe hablar cuando proceda, algo obvio porque él precisamente estaba
procediendo.
Es entonces cuando a Plácido le vienen de golpe a
la cabeza los seis euros que tendrá que apoquinar en el parking, luego que el
segurata de la entrada le ha hecho quitarse la correa porque el arco pitaba
como un travesti loco. Recuerda que, además de haber perdido la mañana, se ha pasado
casi tres horas en un pasillo entre dos clanes enemigos de gitanos. Él ha sido
puntual como Phileas Fogg pero la vista anterior se prolongó más de lo
habitual, parece ser que estaban juzgando al que mató a Kennedy.
Además esa tarde tiene que llevar una lavadora a
Bujaraloz, el sol de julio se ha solidarizado con el pueblo saharaui y encima se va a perder el amistoso España-Papúa. Lo peor es que le ha parecido oir algo de retirada de carné, súmale
que a su señora la despiden de la contrata de limpiezas y que ayer la niña le
vino llorando porque su jefe de la sección de embutidos la llamó tontadelculo.
Hoy tampoco va a ser un buen día, también
está cantado, aunque allí dentro, amparados por la Carta Magna, que tiene nombre
de helado de Frigo, parecen ignorar todas las miserias.
Plácido se siente más sólo que Gary Cooper, y sin
pistolas, le hierve de nuevo el hipotálamo y se sulfura como un
chimpancé al que putean escondiéndole la banana. Echa cuentas de las lavadoras
que le va costar pagar la multa, de lo que le queda para pasar el mes. Calcula el
pastón que debe cobrar esa peña que lo tiene ahí, de pie, respondiendo a
preguntas de las que ya saben la respuesta, y repara en que el aire acondicionado funciona a toda
piña. Si se quitasen la toga estarían más frescos, se dice para sí, porque el caso es
que es él quien paga la factura. En su piso de sesenta metros hace más calor que
en una fábrica de magdalenas y sólo tienen un ventilador.
Luego piensa en que desde que terminó la efepeuno nadie
le había vuelto a mandar que se callase.
Así que a Plácido se le cruza la vena cava con la tiroidea,
carraspea un poco y se lía de decir cosas. Primero suelta un par, que son las que más
le urgen, decide entonces que si le van a cortar los huevos que al menos lo
capen habiéndose explayado. Entra al tema de los sueldos, llama cabrones a los
que jamás pagan por enormes que hagan los chandríos, añade que lamenta
no ser duque de Palma y dice después no sé qué de las prebendas, que ni sabe
qué son ni cómo se escriben pero se lo ha oído en la SER a Iñaki Gabilondo.
La bronca y las amenazas de la jueza, que ahora sí se degañita, aún le ponen
más farruco, el follón ya se percibe desde los ascensores, la máquina de café se ha atascado de la angustia y el bajorelieve de la justicia se quita la venda para
ver qué coño está pasando, a cuento de qué la han despertado de la siesta.
Dentro de la sala, Plácido levanta el dedo tal como hace
Lénin en una foto en blanco y negro, sin la venia ni hostias profetiza solemnemente
ante el tribunal que muchas cosas están a punto de cambiar, y mientras lo desalojan tiene aún tiempo de dirigirse al ministerio
fiscal -o quien sea la gorda de las gafas- y recordarle el artículo sexto de la
Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano.
Apoyado en el radiador del pasillo, un senegalés contempla
alejarse al esposado y pataleante Plácido, mira de reojo al par de polis que cuidan
de él.
-Toda la puta vida igual –les dice- en wolof.
________________________________
Artículo 6.- La ley es la expresión
de la voluntad general. Todos los ciudadanos tienen derecho a contribuir a su
elaboración, personalmente o por medio de sus representantes. Debe ser la misma
para todos, ya sea que proteja o que sancione. Como todos los ciudadanos son
iguales ante ella, todos son igualmente admisibles en toda dignidad, cargo o
empleo públicos, según sus capacidades y sin otra distinción que la de sus
virtudes y sus talentos.
Conchita, que
era una amiga de mi madre, el sábado anterior había ido con su marido a ver La Aventura del Poseidón.
- ¡Ay chica! ¡Qué tanda de mujeres enseñando las bragas! –le comentó.
Pospuse
coronar la torre de mi Exín Castillos sumamente inquieto, muerto de vergüenza al escuchar tan extractada crítica cinematográfica. Llevaba una semana dando la matraca para
que me llevasen a verla y ahora mi madre pensaría que mi afán se
fundamentaba en un malsano interés por la ropa interior de las señoras. Le juré que no, de hecho hasta los
nueve años no me interesé por las medias de rejilla.
Ella me creyó, la fé de las madres, el caso es que una vez apagadas las luces de la sala me abstuve de cualquier
tipo de pudor, disfruté aterrado de cuan indistintamente se ahogaban tirios y
troyanos.
Conchita tenía parte de razón, de hecho Ernest Borgnine, carrozón, feo y
pendenciero que de mala gana se resignaba a dejarse liderar por el bueno, se ofusca un tanto cuando su esposa se despoja del estrecho vestido para escalar mejor por el barco vuelto del revés.
Aun mosqueado, Borgnine sobrevivió y un servidor, a pesar del estrés, de tantos alaridos y chorrazos, que dirían los de Celebrities, esa noche durmió más relajado que Mimosín con dos
orfidales, aprendida para siempre la lección: de darse el caso de que el mundo se ponga patas
arriba, conviene marchar en dirección contraria
de la lógica porque puede que un cacho de buque todavía sobresalga y no perezcamos
todos.
A ese cabrón de cólico nefrítico el duro de Ernest ya no sobrevivió. Con
más de 95 tacos las olas de 30 metros siempre acaban por pillarte, aunque el capitán del barco sea Leslie Nielsen.
Que
se calle esa panda de críticos liliputienses, una vez más yerran, éste
caballero al que señalan como inexperto, durante un largo año fue Director General para el Desarrollo de la Sociedad de la Información del
Ministerio de Ciencia y Tecnología.
Chúpate
esa mandarina, tratándose de un cargo de ocho palabras no importa cual haya sido su cometido,
quitaos la boina ante su presencia y listo.
¿Para qué porras necesita experiencia el Presidente de la
Corporación RTVE? ¿Es que va a ser él quien formule las preguntas en Saber y
Ganar? ¿Va a tener que teclear él mismo el pie de imagen cuando el consejero
saliente de un banco embarrancado acuda a los medios a entonar una saeta?
Olvidan los maldicientes que un español de pro es capaz de dirigir lo
que se le mande, sí señor, para un hombre de talla lo mismo es comandar un submarino
nuclear que una charcutería. Puede liderar con igual eficacia un periódico, un hotel en Calpe o una
turba de cosacos del Don.
Son los incapaces, los envidiosos, quienes inciden en su falta de
experiencia, quienes bajunean comparándolo con su colega George Entwhistle, un
mediocre que acaba de ser nombrado Director de la BBC después de veinte años currando en esa misma casa. Un zagal que entró de prácticas, tras dos décadas en la
empresa, se dispone ahora a dirigirla.
No puede ser tan listo ese Entwhistle si le ha llevado tal porrón de años encaramarse
al sillón, un trepa español asciende al Everest en una tacada y con cuatro
telefonazos.
¿Qué sabrán los ingleses de periodismo si
siquiera usan el signo de abrir interrogación y hasta que no acaban la frase
uno no tiene puta idea de que te están haciendo una pregunta?
Parecen no existir dudas respecto a que Entwhistle metió la gamba, no él en persona pero sí alguien de la corporación que dirigía, por ello renunció a su cargo con los mismos bombos y platillos que lo asumió, de ese modo se ahorra tener que estar contínuamente agachándose para recoger su cara caída por la vergüenza. Algo que a los directivos españoles no les da pereza en absoluto, de hecho el suelo está lleno de caras.
Lo
más triste de esto, y sigo con el Codex, es que sucede como en el Oeste; al
bandolero mejicano lo pillan siempre, es ahorcado en un álamo seco y sus
captores disparan al aire celebrando el triunfo de la honradez sobre el
bolcheviquismo. Sin más dilación los honestos contribuyentes de Corpus Christi pueden
marchar a dormir tranquilos.
Este
bloc se cuidará de reprocharle nada a la Justicia, una señora muy tiquismiquis aunque
nunca lleve sujetador que se pone muy chunga con las críticas, pero el caso es
que, mientras linchábamos al cuatrero, el senador electo por Arlington de la
Cañada añadía otro chalecito a su bulímica lista de inmuebles, reservándose
seis millones de cash en bolsas de basura bajo la cama, sin contar los fajos de
valores surtidos que cela en una caja fuerte de la Caixa d´Estalvis de las
Islas Caimán.
Los
pobres somos unos pringados incluso cuando delinquimos, unos zoquetes netos a
la hora de trapichear, cuando estafamos las hacemos de bombero torero, siempre llega
el instante en el que se nos va la pinza y nos mercamos un Rolex a destiempo,
echamos al perro un chuletón de Ávila o le soltamos un billete de 50 al
perroflauta del diábolo. Ahí es donde nos cazan.
Resultamos
más sospechosos que un talibán con una bolsa de Sepu y caemos como Ícaro, un
tozolón de dibujo de la Warner, todo porque, cuando poseemos dos euros más de
los imprescindibles para sobrevivir, perdemos los papeles. Nos creemos inmunes
como un consejero de la Generalitat, y no.
¡Memento
mori! nos dice Camps al oído, tan cerquita que le sentimos el olor a mariscada.
El
coleccionista obseso nunca existió, nos hemos quedado sin película, sin la
escena del Cessna aterrizando en un aeródromo clandestino a las afueras de Novosibirsk,
sin esos tres gachós de negro que, palpándose la pipa en la sobaquera, otean el
proscenio por si hubiese moros en la tundra, vigilando para que la rubia de la
botas hasta la rodilla pueda descender del avión encuerada en sus martas
cibelinas y portando esposado a su muñeca el maletín de acero contenedor del Códice.
La otra
banda hubiese llegado diez segundos después en sendos coches; el primero un Audi negro con las lunas tintadas que ha de hacer con los frenos el mismo ruido que la Nissan de un feriante, apeándose
de éste tres matones tan estresados como los anteriores (uno debe ser
chino). El segundo coche sería un Rolls blanco, y ahí un primer plano de la ventanilla abriéndose despacio, asomando por ella la mano enguantada del millonario snob que ha costeado el
zafarrancho.
La
rubia, sin haberse despedido de los guardaespaldas, a pesar de habérselos tirado
varias veces durante el vuelo, subiría al coche enseñándonos el elástico de las medias y sonriendo depredadoramente al
abuelete, porque seguro que el comprador hubiese sido un anciano fanático del
arte, enganchado al oxigeno y con una enfermedad terminal, que lo que más desea antes de palmar es
desposeer a Galicia de su tocho porque, en su juventud, lo despechó una mariscadora de Sanxenxo.
Así
la comitiva arrancaría, continuando con una toma aérea de los coches de los
malos, que sin haberse detenido a colocar las cadenas, irían a más de 200 por la
carretera helada que atraviesa un impenetrable bosque de coníferas y termina en
un palacete barroco que haría caérsele los mocos a Catalina la Grande.
Todo
lo anterior borrémoslo de nuestro imaginario, hagamos con el storyboard una pelota
y encestemos de tres en la papelera.
En
la versión española el filme se resuelve en un cuarto trastero, junto a las
baldosas que sobraron de cuando se alicató la cocina y la caja en la que vino
el microondas. La máxima sofisticación de los convictos es echarse en el
carajillo dos chorrines de Baileys.
En
cuenta de una tensa entrevista sucedida en una suite inasequible del
Waldorf-Astoria entre capos de bandas internacionales y anticuarios florentinos,
nuestra autóctona intriga se circunscribe a un mal rollo de índole laboral, a un
fajo de facturas sin pagar. Es éste un guión cutre como la vida misma en el que
la pelea entre karatekas en una calle atestada de Shangai se sustituye por una
bronca del carallo entre el electricista y el cliente, que se le queja de que el
fluorescente que le puso en el water siempre se apaga en el momento más inoportuno.
Y también
de que falla el enchufe de la estufilla de los pies. Y es que, sin ser Siberia,
en Santiago los inviernos sí son de película de Sam Peckinpah.
Noticia de El Mundo: "También
ha insistido (el Director General) en que para ello la Policía cuenta con una
brigada de Patrimonio con "grandísimos profesionales" y ha recalcado
que han hecho "una investigación
muy concienzuda, muy difícil, que se está saldando por el momento.."". (¿un año entero para pillar al electricista?)