Eli Wallach en "El Bueno, el Feo y el Malo" |
Lo
más triste de esto, y sigo con el Codex, es que sucede como en el Oeste; al
bandolero mejicano lo pillan siempre, es ahorcado en un álamo seco y sus
captores disparan al aire celebrando el triunfo de la honradez sobre el
bolcheviquismo. Sin más dilación los honestos contribuyentes de Corpus Christi pueden
marchar a dormir tranquilos.
Este
bloc se cuidará de reprocharle nada a la Justicia, una señora muy tiquismiquis aunque
nunca lleve sujetador que se pone muy chunga con las críticas, pero el caso es
que, mientras linchábamos al cuatrero, el senador electo por Arlington de la
Cañada añadía otro chalecito a su bulímica lista de inmuebles, reservándose
seis millones de cash en bolsas de basura bajo la cama, sin contar los fajos de
valores surtidos que cela en una caja fuerte de la Caixa d´Estalvis de las
Islas Caimán.
Los
pobres somos unos pringados incluso cuando delinquimos, unos zoquetes netos a
la hora de trapichear, cuando estafamos las hacemos de bombero torero, siempre llega
el instante en el que se nos va la pinza y nos mercamos un Rolex a destiempo,
echamos al perro un chuletón de Ávila o le soltamos un billete de 50 al
perroflauta del diábolo. Ahí es donde nos cazan.
Resultamos
más sospechosos que un talibán con una bolsa de Sepu y caemos como Ícaro, un
tozolón de dibujo de la Warner, todo porque, cuando poseemos dos euros más de
los imprescindibles para sobrevivir, perdemos los papeles. Nos creemos inmunes
como un consejero de la Generalitat, y no.
¡Memento
mori! nos dice Camps al oído, tan cerquita que le sentimos el olor a mariscada.