4 HORAS


A las ocho menos cuarto recuerdo sus pechos asomados, su blusa blanca con los botones de dos en dos, su ingenua maldad, mi miedo a tenerla, sucedía a veces, tocaba el timbre y aparecíamos así.

Casi a las nueve recuerdo su cintura, la marca rosa de las medias que se acababa de quitar, su piel igual de tibia que la taza de café olvidada  sobre la mesita, la música en la otra habitación, el ruido del grifo del vecino y el ligero jadeo mientras la investigaba.

A las once recuerdo su pubis, agitado, boca abajo, manchándome la sábana, perdidas las formas, era una Cenicienta renegando del cuento que me mordía y me empujaba desconcertándome, más desnuda de lo que creía estar.

Y la recuerdo a las doce bajando del coche, vestida deprisa, llevando ropa en el bolso y las mejillas anaranjadas, taconeando hasta el portal, y me recuerdo a mí mismo, solo, pensando en que él estaría arriba, esperándola sentado en el sofá y ansioso por saber cómo le había ido la reunión.