Películas acerca de gente normal.

Casi todos los directores terminan contándonos historias de arquitectos, pilotos de avión y dueños de discográficas. Uno se cansa de tanta discusión matrimonial yendo en el Range Rover a buscar a los niños a la hípica.

En el otro extremo de la vida, están esas historias de gente que vive en furgonetas, roba en el Carrefour y folla sobre la encimera descascarillada llena de cacharros sin fregar. Son esas existencias entre desguaces y trenes de cercanías que tanto les complace reproducir al resto de los cineastas/os.

Soy consciente de que mi vida, la del conductor de bus que me lleva a las siete y la del ordenanza que apaga las luces a las seis, dan para bastante poco. Más allá de tener que ir a buscar el coche al depósito municipal por haberlo dejado en doble fila, la gente normal somos poco proclives a situaciones tan emocionantes como para ser guionizadas. Por eso Uma Thurman es la novia de un mafioso y Escarlata la dueña de una plantación.

Así pues, carezco de grandes argumentos con los que convertir en justificada mi protesta, sólo se trataba de exponer un pataleo, mi indignación porque los técnicos de grado medio jamás salimos en las pelis.
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