La escena de la estación de Campanella.


Desde aquella de París en la que a Humphrey se le empapan la gabardina y el sombrero, hemos visto muchas estaciones. Irene no es la primera en correr por un andén con el corazón roto, un arrebato romántico que llegada la era de los trenes de alta velocidad sólo cabe en Usaín Bolt.

Sin embargo la despedida en la estación de “El secreto se sus ojos” es una secuencia hermosa. A los organismo pluricelulares que se desarrollen de entre nuestros escombros tras la hecatombe les bastará con visionarla para entender cómo nos enamorábamos los humanos.

Aunque en realidad lo que más me ha emocionado de esta película es ésta cara de Guillermo Francella.
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