Con Google sobran los eruditos, Gutemberg pringao.

¡Yo me basto sola, ya no os hacen falta los libros! Cuentan que una noche de juerga loca llegó a exclamar la Wikipedia llena de ginebra hasta la barra de direcciones.

Te dolían los brazos cuando manejabas algunos tomos de la Reader´s Digest. Míralo en la enciclopedia, te decían los mayores cuando les hacías una pregunta a destiempo, y tú, un metro cinco puesto de puntillas, te estirabas hasta el tercer estante, jugándote la vida tenías que usar las dos manos para bajar el tomo de la efe.

¿Qué es la filosofía? Dícese de esto, de aquello y de lo de más allá, leías sentado en el sofá con el libraco aplastándote las rótulas.

En los lomos repujados se reflejaba la luz de la pantalla de la tele. Las campesinas de Lladró se ruborizaban ante la proximidad del gráfico de un pene en la enciclopedia de la Vida Sexual de Plaza y Janés. En el estante de abajo Planeta Agostini le hablaba de macramé a la japonesa pintada en el jarroncito chino regalo de la tía trajo de Cullera.

Esas prolijas hileras de palabras verticales han estado siempre ahí; brujas y murciélagos de Goya, lobos ibéricos conversando de política con Félix, un tipo polinesio que parte cocos junto a una panorámica nocturna desde el Empire State, Sancho ayudando a incorporase a un Quijano derrotado porque todavía no se aclara con el Windows Vista y las hijas del Cid, desnudas y atadas a un roble, haciendo que se le descongele el bigote a Miguel Strogoff. Renoir por su parte se gana un bofetón impresionista por tocarle el culo a Julieta mientras Romeo estaba distraído leyendo qué síntomas tiene el hipertiroidismo.

Libros atentos y en espera, colecciones apretujadas que iban desde el románico de la Ribagorza hasta los juncos sobrecargados que navegan el Yangtsé. Aunque el universo sea infinito puede ser editado en fascículos, una Bíblia se aburre encerrada en letras góticas y las obras completas de Alejandro Dumas están inclinadas, a punto de caerse tirando tu foto de primera comunión y la de tu prima Pili vestidita de baturra.

El primer trabajo que mis padres tuvieron en España fue vender libros, libros de Salvat. Era el primer invierno y yo iba a clase asustado dentro de un pasamontañas gris, la mitad del barrio de San José eran campos y la otra mitad acequias. Los niños tienen cierto imán para las acequias pero por alguna extraña razón nunca me caí ni me ahogué, me acordaría.

La foto es de ayer mismo, a tres calles de la mía.