la calle Fuenclara y las pocas amigas que le quedan

La primera imagen tiene sesenta años, la segunda un par, en realidad hace poco que el lugar se transformó en ese espacio lleno de huecos. Los constructores murieron matando.

Los munícipes emplean ahora los dineros en devolverle la vida al palacio de Fuenclara, un ricachón venido a menos que agonizó de a poquito acompañado sólo por sus fantasmas, y juro por Iker Jiménez que un servidor ha visto algunos. En el cine Arlequín pateleé de risa viendo a Cantinflas como Patrullero 777, también recuerdo un casino lleno de jubilados en el segundo piso y un profesor de guitarra en el sótano.(*)

Gráficas Minerva ocultó durante décadas su arco de medio punto bajo el letrero de plástico, cuando lo desmontaron apareció un viejo rótulo pintado. Sobre la puerta del palacio asomó otro que rezaba, y nunca mejor dicho: Círculo Obrero Católico. Por el callejón lateral se entraba a la Droga Alfonso, acortabas atravesando la tienda y salías al Coso. No me acuerdo cuando esa puerta trasera se clausuró dejándose olvidados el nombre esmaltado y el gato.

La calleja por la que cruza la chica del troller se sigue llamando de Agustines. Tenía mala fama antes de que la destripasen las excavadoras porque por ella transitaban señoras muy extrovertidas ofertando algo que a sus diez años un servidor no llegaba a entender. También existía un pilón de piedra que hasta los trece no conseguí saltar sin aplastarme las partes sensibles. En la casa de la derecha estaba la tienda de caramelos más grande del planeta.

El autor (hay que ser pedante para escribir "el autor") solía pasar mucho por allí. Mis padres trabajaban para  Modas Diamante, una boutique de la calle Torrenueva cuyo local  sobrevive mutado en tienda de alimentación china. Hoy los frascos de salsa de soja se exponen donde en los setenta se colgaban los pichis.

Al su lado una tienda de quesos y enfrente el inconmensurable bazar de la Vda de Plou, que en Navidad llenaba el escaparate con figuras de belén. Las más modestas eran de barro y San José carecía de vara y apéndice nasal.

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