movidas eficaces

foto: Yannis Behrakis. Reuters

Me sacan de quicio tus tatuajes maoríes, chaval, en mi época íbamos con cresta, que era mucho más estética, pero el caso es que deduzco que posees una docena de ideas propias y decentes a las que hay que añadir ese par de principios que te inculcó a contracorriente el último profesor vocacional de tu instituto.

También sé que te es difícil mantenerte, que te tientan a diario, te hipnotizan, o lo procuran, para hacerte creer que vives en California y que tu vida es un anuncio de bebidas isotónicas. Ése es el plan para que no incordies, decirte que puedes ser feliz chupando un bote que encontrarás de oferta en Carrefour.

Afirman en Intereconomía que bajo las rastas cobijáis únicamente un cerebro diluido en calimocho, tal vez algunos, probablemente sus sobrinos, esos que después se estrellan contra un árbol con un coche de alquiler. No es tu caso, por lo que permíteme que te hable de estrategia.

Vale que salgas a la calle con ganas de follón y de justicia, da igual si en ése orden, y vale también que te pongas la capucha y el chip de Terminator porque te sientes sin futuro y requemao. Lo está hasta San Antonio, quien por cierto también lleva capucha.

Pero el asunto es elegir bien aquello que vayas a romper, dejarte la vehemencia fumada en casa y perder un minuto seleccionando el mejor sitio donde dar. Esperar a que Goliat se quite el yelmo, que en algún momento tendrá calor, y apuntarle a la cabeza.

Porque lamento decirte que destrozar semáforos y quemar contenedores no hará caer el sistema. Ya sé que están a mano, que la plasticidad es maravillosa, del subidón de las llamas iluminando la noche y las pelotas de goma zumbándote en la oreja, pero el poder no se resiente demasiado  cuando se hace añicos una farola que terminaréis pagando tú o tus padres. No va a ser Montoro quien baje con la manguera a limpiar los destrozos de Gran Vía.

Entiendo que te estoy cortando el rollo, quizá esté trasnochada mi veneración por el mobiliario urbano. Cinco densas décadas me asesoran, trón, y sé que tus justificados ataques de furia jacobina se desvirtúan al día siguiente en el telediario y quedas como el malo.

No pierdas pues el tiempo reventado marquesinas, eso puedo hacerlo yo cualquier tarde cuando vuelva encendido del trabajo. Tú, que tienes valor y buenas piernas, trepa hasta la tribuna, arrímales el mechero a las barbas (ojo que es una metáfora) y hazles una pedorreta mirándoles a los ojos.

Pintarrajéales la sede, rómpeles los halógenos y los esquemas, silicona al cajero automático de la Caixa de Abu Dabi o exprésales con un espray rojo tu opinión, pero también, y admítelo sólo como una sugerencia, fóllate al capitalismo comprándote las zapatillas sin marca o pidiéndote los bocatas de tortilla en el bar del barrio en lugar de en el Mc Donalds.

O mejor aún, que así hundes de verdad a estos cabrones, cámbiate de móvil sólo cuando se te rompa el viejo.