Monumento a William Wallace en Bemersyde |
Te lo juro, William, no nos hemos
rendido, sé que podría parecerlo pero lo que sucede es que nos cuesta arrancar.
Pregúntale a Mandonio, a Casta Álvarez o al Quico. Una cosa es quedarte bloqueado, sin estrategia y atrincherado porque llevas un
susto del copón y porque -hay que
decirlo- eres buena gente y no sabes cómo devolver el sopapo, y otra dejar caer
la pica y echar a correr.
Éstos indeseables hacen ruido,
tanto ruido vaciándose sobre sí sus propios cubos de basura, desahuciándonos,
defraudándonos, desproveyéndonos de antiácidos, jarabes y maestros, y siempre
con nocturnidad, que nos despiertan al niño y no descansamos bien. Súmale el
estrés por el grifo que gotea.
Además desayunamos flojo, eso es
cierto, habrá que hacer como las familias yanquis y empapuzarnos
durante hora y media antes de salir de casa. Los carajillos no cuentan.
Los pitecántropos que nos
gestionan nos tienen acogotados, pero eso no quiere decir que vayamos a
dejarnos, amigo Wallace, ni chulear ni dar capones. Que no apuesten tan fuerte
no vaya a ser que seamos nosotros quienes los dejemos a ellos a pan, agua y una
sardina los domingos. Yo les aconsejaría, de momento, que se metan bajo el
colchón las joyas de su abuelo el industrial y pongan boca abajo la foto de su
padre estrechando la mano del Caudillo, que vigilen su espalda y su chalé que
hay gente por ahí que está muy loca.
Y que no se quejen, no milongueen
ni nos hablen de complots, que nos suena a discurso en la Plaza de Oriente. A ver si se van a creer que mi
indignación la gestiona la portada de El País. Un servidor ya estaba tibio mucho antes, con un enjambre atrás de cada oreja desde que supe que el marido
de aquella era cuñado del director aquél que recomendó para el cargo al payaso de
Micolor.