James Cameron hace estiramientos tras
salir del batiscafo y sonríe con condescendencia. ¿Cine independiente? ¿Quién quiere
ver una película servo-croata? ¿Escenarios destartalados en medio de un
invierno desolador? ¿Panorámicas de diez minutos para que el espectador
recapacite? ¿En qué, si lleva un rato dormido? Hacedme caso a mí, dice metiéndole
a Kusturika un dólar en el tanga, lo que satisface en realidad al vulgo
son las explosiones en el piso ochenta de un rascacielos. La gente se evade de su vulgaridad haciéndose partícipe del estres de una peliroja de la CIA anorgásmica por culpa de Bin Laden, empatizan con un vampiro cuya condena consiste en repetir eternamente el BUP.
Será como usted dice, responde
Totó, dos mil millones de dólares le dan la razón aunque filme un plano aéreo de Brad Pitt en esquijama cortándose las uñas, pero es que aquí,
en Giancaldo, las películas se nos meten por dentro de la ropa hasta empaparnos, aquí lo ignoran todo acerca de los omaticayas y, cuando ven Arroz
Amargo, las mujeres aún se encabronan con Vittorio Gassman y los hombres aúllan con la escena del
boogie.
Este humilde bloguero, más
independiente que Islandia, ha visto películas hasta en el cine de Escolapios. A
Christopher Lee relamiéndose mientras aquella rubia vaporosa corría descalza y daba
grititos por los pasillos blandiendo un candelabro. Aun hábilmente seccionadas
las escenas en las que el contraluz exhibía más de lo correcto, la escena
resultaba acongojante. Y el padre Arrigorriaga, de pie entre los pasillos, perdiéndose
lo mejor de la película por meterle la bronca al pecoso pelón que silbaba y
soltaba ventosidades desde la penúltima fila.
Así que considero que no hace
falta mucho. Sobran las butacas que se mueven, los apoyabrazos ideados para alojar
las palomitas. Sobra ese sonido espeluznante que te hace creer que el Black
Hawk de los marines está aterrizando sobre tu cabeza. Sobran doce de las
dieciocho salas y sobre todo, las efigies de porexpan representando a un Piolín
acusica y rebordenco y a ese Bugs Bunny con la mirada extraviada por el crack.
Dadme sólo dónde sentarme durante
hora y media sin aplastarme el coxis, una pantalla blanca y, allá al fondo, una
luz muy tímida que al final me indique la salida entre dos cortinas de
terciopelo. Y ya está. Volvamos a tener cine donde ésta dolorosa crisis
provocada por el capitalismo y los gilipollas, no sé bien si en ese orden, nos
dejó un vacío lleno de vacíos.
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