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Lo que me está proponiendo usted es comprar
juntos un melón, un melón que cuesta tres euros de los que su empresa, me dice, sólo
va a poner uno.
Que el resto ya lo iremos viendo,
pero que nos quede claro; la intención es que el melón figure
como suyo, lo guarde y lo gestione usted y mientras tanto yo vaya poniendo el
mantel y los cuchillos. A cambio, algún día le ofrecerá a mis hijos, cuando el
melón ya esté maduro, un salario de ochocientos euros para que corten las
tajadas, con la condición de hacerse un gorro con el convenio de tajadores de melones y
pudiendo pulírselos de un día para otro si se diese el caso de que suba el
precio de las cucurbitáceas.
Que el objetivo es, aparte del citado
melón, ofrecer seis melones más, todos enormes, y aquí hace un inciso para aclararnos a los maldicientes que los melones en realidad serán lo de menos, que aun debiéndole usted a los melones su fortuna lo que garantizará el éxito será la adquisición de una docena de sandías. Sandías magníficas, tanto
ovoides como cuadradas, a las que hay que añadir toneladas de kiwis y
un sin fin de jarras zumo de zanahoria. Y como remate, centenares de boles
de cerámica de Talavera repletos de nueces y pistachos. Que las nueces se podrán
elegir sin cáscara o con cáscara y solicitar, abonando el oportuno sobreprecio,
que un maitre vestido de banderillero te las casque.
Pero que ahora bien, todo eso
será sólo en el caso de que el asunto del primer melón pite y mi gobierno le
continúe cepillando los zapatos, y únicamente si usted recupera aquél euro que
puso en un principio y gana otros cincuenta. Porque suya fue la idea y usted es
quien entiende de melones.
Que el que venga gente a comérselos, afirma,
no será ningún problema, porque preferirán venir aquí, fijo, ya que melones
así en Mónaco en su puta vida los soñaron, y que además, insiste, las
sandías serán exclusivas y no se podrán encontrar en Vía Veneto, el Triangle
d´Or o Picadilly. Que a la gente rica y europea, me asegura, les entusiasmará
prescindir de sus armanis para venir a rascarse al sol en chanclas y gorra de beisbol, y que de todo esto se ha informado usted en un chiringuito de Fuengirola, donde le han corroborado que a los millonetis rusos España les encanta, sobre todo si les
dejamos esconder las bolsas de basura, y que estarán aún más encantados si las
camareras les hacen las habitaciones llevando peineta y un clavel rojo cogido entre
los dientes.
Que según usted, el calor
achicharrante que haga en julio en la estepa castellana, constituirá uno de los
mejores incentivos ya que los anglosajones disfrutan mucho con las
insolaciones, y que confía plenamente en el
Gobierno de la Comunidad de Madrid, en que sepa entender como hasta ahora quien es quien y acepten sin más demora sus
instancias. Como por ejemplo: limitar en lo posible el actual suministro de agua a Getafe,
Parla y Leganés a fin de hacerle llegar a su garito el caudal imprescindible para
que sus clientes puedan hacer uso del spa, el
bidé y el lago artificial.
Y que del mismo modo, no duda de
que sabrán negociar con quien corresponda, la cesión de la
Colección Real del museo del Prado a fin de decorar los ascensores y los
baños. No obstante, éste asunto no estará del todo confirmado hasta que su
señora elija el color de la moqueta.
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