Carlos I por Tiziano. |
Pasad todos de mí, idos al cuerno
y dejadme aquí con mis jerónimos. Estoy de los borgoñones hasta el moño, de ese
friki de Lutero y de los estomagantes de Trento. Harto de Maldonado y de Padilla.
Harto también de los cambios de humor de mi
madre y de la Dieta de Augsburgo, que pasas más hambre
que un lebrel, de la Liga de Esmalcalda y de la del BBVA. De las machadas de Cortés, y sobre
todo, hasta los huevos de Francisco I, que mas que un príncipe del
renacimiento parece una vedette del Moulin Rouge.
Si tenéis algún problema os
dejo el móvil de mi hijo, llamadlo a él que es quien desde hoy se ocupará de los destinos
de todas las Españas. Él sabrá qué hacer con Alí Pachá y las Alpujarras, se
lo he dejado todo escrito en una libretita pero el muy tontolaba me dice
que lo que de verdad le haría ilusión es casarse con una inglesa. Por
mí como si se lo monta con la spice girl de las coletas.
Entiéndame usted, maestro,
le confesó a Tiziano mientras éste le pintaba el gotelé del dormitorio, ya no
estoy en condiciones. Tengo lumbalgia de llevar la armadura, se me cruzan
los nombres de los nobles de la Cámara de Castilla. Ayer, por error, concedí
una subvención a la fundación de amigos de Calvino. Años ha que no sé lo que es echarle un casquete
a una alemana. Di que la prensa es de derechas y se cuida de
sacarme los colores, así pillen a mi hijo Juan de Austria vendiéndole los Reales
Alcázares a los turcos.
Corría pues el año 1555 cuando en Flandes
TV y en el telediario de la cena, dieron la noticia de que el Emperador Carlos
abdicaba. Dicen las crónicas que tras firmar se puso el chándal y se las piró a Yuste. Que apenas llegó descolgó
el teléfono, se calzó las pantuflas con el escudo del Ajax y cedió los capítulos
de Historia a su hijo, un chaval bajito e intelectual que, ya es casualidad, se llamaba Felipe.
¡Oiga, oiga! -Doña Juana me increpa desde su capilla de Granada- ¡Pare usted ahí y no me vaya a comparar un Austria con un Borbón!
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