que trata de revoluciones (1)


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revolución.  (Del lat. revolutĭo, -ōnis).

1. f. Acción y efecto de revolver o revolverse.
2. f. Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación.
3. f. Inquietud, alboroto, sedición.
4. f. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.

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Las revoluciones son unas damas voluptuosas incapaces de currar en el mismo lugar durante una década seguida. Se crecen frente al poder, nunca en él, y cuando lo alcanzan, tras abrocharse la blusa y ocultar el pecho que mostraban, mutan en oficialismo, ganan peso y se ponen medallas en el moño. 

No lo digo yo, que ya lo dijo el Ché, creo que mientras iba en moto. La tortilla no es bueno que esté mucho rato dando vueltas en el aire o se corre el riesgo de que caiga por el mismo lado. Esto ya no lo dijo el Ché, es mío. 

Así pues, nada  de soldaditos en las calles. La Libertad gusta de salir a correr todas las mañanas con su chándal y su antorcha, pero si hay un jeep en la placeta prefiere quedarse en casa y pedir una pizza por teléfono. El si vis pace parabelllum ya no funciona, ha fallado durante los últimos veinte siglos. La Democracia es mayorcita y sabe ir sola al baño. En cualquier caso ya la tutelan los periodistas, los maestros, los taxistas y las vendedoras del mercado.

El ejército debe respeto al presidente no por su boina y su carisma del copón sino porque así viene especificado en la constitución, que es la señora que les paga el gasoil de las tanquetas. Si a los generales les parece más guapo y presidentable fulano que mengano no deben obviar ir a votar cuando proceda, y luego joderse y esperar otros cuatro años, como hace todo el mundo.

Conviene también que los gobiernos estén compuestos por más de un individuo, aunque existan iluminados dotados por Dios a quienes les basta con que alguien les alcance la corona de laurel de la mesilla. Y si bien es entendible que sea el presidente quien más cámara chupe, la patria no debe girar en torno a su persona. Los caudillos terminan siempre cayéndose del caballo, aunque sea de bronce.

La Democracia tiene un agujero en el vestido, ganar democráticamente no obliga a ser demócrata después. Tal vez la emoción impida al vencedor contar bien cuando sale al balcón y percatarse de que no están todos en la plaza. Argumentará que allí no caben, tachando en la libreta a esa tercera, cuarta o quinta parte que optaron por el otro candidato. Esos que ahora, mientras lo ven por la tele indigestándoseles la polenta, han de soportar que el elegido hable como si el cortijo sólo fuera suyo.