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La histeria colectiva sólo es energía calorífica. Tal vez los europeos viejos seamos unos hijoputas
contenidos, tal vez, pero es que desde los fiestones en el Reichsparteitagsgelände no nos fiamos del todo. Hemos comprobado que llenar las plazas de banderas, aplaudir todos al mismo, corear idénticas frases e incluso tatuárnoslas en las nalgas, a veces resulta peligroso.
Aún así hay que admitir que, como el número hace la fuerza, y volviendo a lo de darle la vuelta a la tortilla, es necesaria una multitud para voltear la sartén. El problema lo tiene aquél que tenga la camiseta en la lavadora o simplemente le desagrade el color. Ese lo tiene chungo para salir a por el pan.
Aún así hay que admitir que, como el número hace la fuerza, y volviendo a lo de darle la vuelta a la tortilla, es necesaria una multitud para voltear la sartén. El problema lo tiene aquél que tenga la camiseta en la lavadora o simplemente le desagrade el color. Ese lo tiene chungo para salir a por el pan.
Es lógico que una
revolución comience con cierto vocerío y un número significativo de patadas en
el culo, pero después, y una vez asegurado a cada uno el primer plato de sopa, dicha
revolución debería continuarse a base de libros, profesores y agua corriente.
Como distribuir gorras entre la
gente es mucho más sencillo lo que suele suceder es que Doña Demagogia, una mujer muy confianzuda, hace acto de presencia, se apoltrona en un sillón y allí se queda durante un par de generaciones.
Lo que está claro es que las cosas
nunca se repartieron bien. Quien llevaba el camioncito con la riqueza no se sabía las
calles e ignoró barrios enteros, lo que nos lleva a que una revolución de
vez en cuando sea imprescindible. Eso sí, para que funcione ésta ha de ser
limpia, mocita y con un cociente intelectual que la preserve de los malos
consejos.
Y
dicho lo dicho, que hasta ahora ha sido con todo respeto, permítaseme otra crítica y me marcho. Es a los Sres Morales, Mújica y Maduro. Ya que vas al funeral de
un amigo del alma, qué menos que ponerte una corbata. Si incluso Lenin tenía
dos o tres en el armario.
reuters |