v i a j e

Hay un pasillo largo, y al fondo una luz, mientras avanzas sientes una plácida emoción que te invita a separarte del yo, después soledad, algo de frío y una extraña calma en el espíritu…

Pero no temas, continúa sin miedo hasta el final del corredor, aún no estás muerto.

Simplemente estas yendo a pagar el recibo del agua.

Aquí todo es amplio y esclarecido, hay felicidad en cada formulario, muestras de bondad  en cada sello de caucho.

Hemos invertido bien nuestras multas, pero felicitémonos con discreción, deberíamos haber delinquido con más interés, en la rehabilitación de esta pseudogótica casa consistorial no hemos colaborado lo suficiente con nuestros próceres.

No ha sido de buenos ciudadanos nuestra rotunda negativa a aparcar en las zonas de carga y descarga, y tampoco el porfiar con circular a menos de 50 por las circunvalaciones, así no hay manera caray, tanta insolidaridad a punto ha estado de echar al traste este orden nuevo que lo abarca todo, incluida la maquineta que imprime, a veces, los números.

No obstante, donde me hallo cuento doce ventanillas, seis de cada lado, pero de ellas sólo una se encuentra operativa, el resto aguardan huérfanas y yermas, sin cactus, sin dibujitos de plastidecor hechos por el nene, sin el poster de Vera de Moncayo.

De no ser por mi inconmensurable fe  en la impoluta gestión municipal diríame que algo falla mientras espero mi turno apoyado en estos vacíos mostradores, pero sé que no es así, que nada más diligente que la maquinaria que conduce por la senda del bien a esta Inmortal Ciudad, la única del mundo por la que un servidor se dejaría partir la cara.