3000 donuts sobre la conciencia


La cara de Matías Prats bastó para entender, el señor de la copa de 103 pidió al camarero que subiese el volumen de la tele, hasta el de la tragaperras, de espaldas a la máquina, olvidaba de las sandías. Las cuñadas se llamaron entre sí: “¡Corre Marijuli, pon el telediario!”.

Tres mil personas de las que se levantan a las seis para fichar pagaron el pato, un siglo largo de asquerosa política exterior, de  impertinencias seniles del Tío Sam y de histerias de ayatolás polvorientos que ofertan vírgenes a cualquier descerebrado dispuesto a esparcirse en un radio de cien metros.

Todo confluyó en una de las esquinas de la Avenida Oeste, en aquellas cinematográficas torres casi tan altas como la luna-luná abarrotadas de telefonistas, informáticos, limpiadoras y mensakas, recién desayunado el zumo y los dónuts con los que el capitalismo premia a los madrugadores.

Los que habitamos la mayor parte del planeta necesitamos una sola mañana para pasar de ser sólo gilipollas a ser gilipollas y cobardes, merced todo a aquellos mentecatos islamistas, a los últimos diecinueve o veinte presidentes de los USA y a sus europeísimos colegas y palmeros.

Así, hoy, y por su culpa, la segurata pseudorubia de mi oficina me palpa los glúteos cuando al pasar por el detector olvido extraer las llaves del bolsillo. Las azafatas padecen acné y se ponen bordes a la mínima, y en la aduana de Fráncfort los violinistas del Bolshói se ven obligados a interpretar desnudos un pizzicato.

No me jodan convenciéndome de que esto es Historia, nada que ver con Colón clavando el estandarte en la arena de Guanahani, el fragmento de historia en el que sin consultarme me circunscriben es una mierda espantosa, una chapuza cruel.

Cuando dentro de mil años me pregunten me haré el distraído, fingiré que afino el arpa para no contestar, disimulando me iré a otra nube, y si insisten mucho les diré que la palmé en 1868, de un infarto, cuando mi hijo pequeño me contó que en el cole le habían hablado de un tal Darwin que aseguraba que todo quisqui tuvo por abuelo a un mono.