Que al menos los libros sigan siendo de papel (*).

De aquí a unos años, hablo un periodo relativo que de pasarlo en la cárcel se haría eterno pero en Niza y dotado de una visa oro se reduciría bastante, tendré ya cincuenta tacos. En numeración arábiga suena algo crudo pero para un romano clásico tan sólo se trataba de una “L”.

Empezar a irte del mundo, que al fin y al cabo es eso, puede resultar triste si tu sueño era ser una estrella del teatro Bolshoi y descubres que has llegado a tu medio siglo sin haber logrado hacer un pas de deux, pero por otro lado tiene sus ventajas, y ésta a la que pienso aludir unos párrafos más abajo me parece la mejor.

Siempre envidié a mis bisabuelos, el placer que pudo suponerles acudir en calesa y con sombrero de ala ancha a una merienda campestre junto a un río sin contaminar, en compañía de dulces señoritas de blanco con sombrilla y tirabuzones.

Del mismo modo me atrevo a pronosticar que a mí también me envidiarán mis descendientes por más de una razón. Por ejemplo; echarán de menos follar desnudos. Allá por el XXII es probable que algún organismo internacional adjunto a la ONU afirme que el roce de la piel con otra piel es altamente nocivo para la salud.
 

Pero en el futuro existirá otro motivo de envidia del que sí estoy completamente seguro, el ciudadano número xxxx32y del año 2334, vigilado y atendido por múltiples pantallas, protegido por tres capas de ozono sintético y rodeado de orquestas, perros caniche y melocotones virtuales, suspirará imaginando qué sensación sublime debía ser la de sostener entre las manos una edición de bolsillo de El Viejo y el Mar.

Por supuesto que a él le contarán que el papel será infinitamente caro, que pegados a las tapas de cartón de las enciclopedias se desarrollaban los microbios más canallas y avasalladores y que en nuestras casas vivíamos ahogados por metros y metros de estanterías obsoletas. Además nos ridiculizarán recordando cómo algunos anotábamos con lápiz cosas ilegibles en los márgenes.

Les hablarán de Alfaguara o de Losada como a nosotros nos hablan hoy de los druidas o los cátaros, se verán recreaciones en 3d de una linotipia y los niños harán exclamaciones de horror cuando los maestros, caso que todavía los haya, les cuenten que, hasta la Ley Universal de Higiene y Bienestar de 2188, en las librerías la gente manipulaba los volúmenes sin mascarilla ni guantes, sin que mediase ninguna profilaxis.

Esa es la razón por la que me alegro de haber enfilado ya hacia los cincuenta. No me abandone la suerte, como dice el pirata, y no me las tendré que ver con semejante futuro imperfecto.
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(*) A quienes confunden el ecologismo con un documental de loros en el Nacional Geographic les invitaría a que destripasen un eBook para descubrir qué precio pagamos, (nosotros uno y los namibios otro) por extraer del subsuelo el material del que están hechas las diminutas cosicas que lo componen.

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