Eurovisión; unos malagradecidos con los celtas.

Supongo que nosecuantos países votando no pueden equivocarse, pero también es cierto que somos vulgarmente aficionados a errar en masa, es la pesadilla con la que algunas noches la Democracia se despierta empapada de sudor.

Una inmensa parte de nuestra cultura musical nos llegó desde esas dos enormes islas frikis y lluviosas que navegan al otro lado del Canal, esos paliduchos bebedores de cerveza se inventaron el pop y le pusieron bombín y traje de rayitas, a esos gamberros, nietos de irascibles templadores de gaitas, muchos les debemos la banda sonora de nuestra juventud.

Soy de una generación que se creyó aún más disidente que las otras, que limpiaba los discos con una gamuza, lloraba con el ruido de la aguja cuando un torpe le daba un codazo al tocadiscos y adoraba a David Bowie. Por un LP hubiésemos sido capaces de estrangular al ratón Mickey.

Así que no lo puedo evitar, me gusta esta canción que nadie quiso, que depreciaron herzegovinos, rusos, moldavos y letones.

Hace diecisiete años esta rotunda irlandesa (ya era rotunda entonces) convenció y ganó el mismo festival que este año la marginó hasta la antepenúltima casilla.

Es lo que hace que cualquiera pueda teclear un sms. Y aunque la Kavanagh no recibiese el mío, quiero decirle de corazón que siempre he pensado que, donde estén una pelirroja y una flauta, que se quiten todas esas eslavas feroces y sus seductoras miradas de loba de la tundra.