Cosas que no se decían en 1952.

Tengo que cerrar el chiringuito”, decía la otra tarde Estela del Val empolvándose la nariz con una elegancia superada sólo por Doña Lucrecia Richmond.

Está desolada, pobre Estela, cuatro falangistas amargados por su disfunción irrumpieron ayer en el teatro para exigir que su obra sea retirada de cartel.

Quien quiera saber más que ponga la 1 a eso de las cuatro, no le prometo las emociones de un diálogo de Tarantino pero a esa hora, frente a la tele, el sopor, como un dulce enamorado, te abraza y acaricia independientemente de lo machote que seas.

Estela del Val es una gran dama, una primera actriz digna de sus guantes color malva a la que me violenta contrariar, pero tengo la impresión de que en 1950 aún no se “cerraban chiringuitos”.

En la posguerra no se cerraban chiringuitos del mismo modo que por un pueblo que tuviese “banda ancha” se hubiese entendido un pueblo con los músicos obesos o al menos tremendamente fanfarrón.

Los mil setecientos ocho guionistas de Amar en Tiempos Revueltos bien podrían hacerse asesorar por sus abuelos, o en su defecto las plazoletas de España rebosan de historiadores amateur expertos en el léxico de uso común en las décadas anteriores a la implantación del frigorífico y el Seat 600.

En esa época la gente que no lograba triunfar no se deprimía en absoluto por su "falta de realización" porque tampoco nadie podía “sentirse realizado”. Tan imposible como que Sancho protestase por los "rollos" que le metia Don Quijote. Hubiese sonado a una práctica sexual digna de la hoguera.

Y a Pérez Galdós le echaría humo la cabeza intentando descifrar qué coño puede significar “violencia de género”, y dudo que llegase a saberlo dado que nada significa. Es una lástima que tantos esfuerzos dedicados a impedir que ciertos energúmenos maltraten a sus mujeres se vean empañados por el trastorno psicolingüistico del politiquillo que oficializó el término.
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