Tú sabes que te quiero...

Lo sabes, aunque tú te hagas la que no. Sabes que te quiero. Te veo en los zapatos dorados de La Maja, en el pañuelo negro de Clara Aldán, en el anaranjado de mi zumo de naranja y en el río color pardo que, siempre gruñendo, divide mi ciudad.

También te quiero y veo en los quevedos de Quevedo, en los bigotes de Albéniz, en las barbas de Valle-Inclán y en la bacía abollada de Alonso Quijano. Y te deseo en los ojos de Casta y de Susana, en los de en los de la Lirio y en los del Guadiana.

Pero es difícil quererte, ¡joder! Es la purísima verdad, es arduo besarte cuando te revuelves con tu geniacho de heroína. Es jodídamente complicado rodearte las caderas cuando te las das de niña decente y de luto.

Aun así se me cae la baba contigo cuando Contador se come con patatas el Tourmalet, cuando las chicas de la sincronizada brincan sobre el podio, cuando a Serrat y a Sabina les hacen la ola en Buenos Aires, cuando los británicos exclaman Óh maigúd! ante la Venus del Espejo.

Eres guapa hasta cuando estornudas, feroz cuando Peribañez se harta y desdobla la cerviz, única cuando Almodóvar encuadra un sofá estampado de flores, cuando Picasso garabatea un garabato o cuando una universitaria neoyorquina se sienta a leer a Lorca en un banco de Central Park.

Me molas de rubia y de morena, de nazarena y de manola, de jotera y desnudita. No me importa que seas una diosa venida a menos, una niña ludópata, una abuela anárquica y mudéjar, una adolescente adicta al moscatel...

Lloro cuando te vuelan por los aires, cuando te estrujan tus hijos más hijosdeputa: Lloré contigo la mañana de los trenes y todas esas tantas veces en que lo perdiste casi todo. Lloré, sin estar, con los mozos que venían malgastados de Cuba, con las minas que se cerraron, con las vacas que también, con los altos hornos. Lloro cuando descubro que somos lo mismo que el Tenorio; unos chulitos heridos de muerte.

Lloro especialmente cuando te vapulean algunos de tus politicuchos. Cuando se te llevan los dineros a otros pagos, cuando ciertos canallas te privatizan las entrañas y los servicios públicos. Lloro con la misma fuerza que me río, con los diálogos de Azcona, con Super López y con el discurso del alcalde de Villar del Río.

Aunque ojo, no te confíes. No estires demasiado mi amor porque también te odio. Te odio cuando eres burra, cuando te lastimas arreándote cabezazos —sin boina como decía Gila—, cuando corres descalza tras los santocristos que nada te dan sino disgustos. Te aborrezco cuando te pringas hasta las bragas lanceando a un toro, cuando tocas tan fuerte las castañuelas que no nos dejas pensar, cuando prescindes de los argumentos y tiras de riñones.

Me sulfuro cuando te entregas porque confías como una pava en los que te tratan como un trapo, un trapo rojigialda. Me das pampúrrias cuando te dejas sobar por los zoquetes, esos analfabetos  en historia ultra-machitos que ansían demostrar que sólo ellos te satisfacen en la cama. Obtusos y catetos siempre dispuestos a hostiarse y hostiar a quien utilice más de uno de tus muchos idiomas.

Y
me irritas sobre todo cuando te disfrazas de flamenca con raybans y dejas a tu novio sin palabras, confundido el pobre, creyendo todavía a estas alturas que cuando besas es que besas de verdad.

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