G A S O L E O

(retrospectivo con gasoil)

…esto no es en agosto, esto sucede en febrero, chuzos de punta en el Arrabal, un viento que te cruje.

-Jodo qué vida, piensa bajo su casco blanco el guardia municipal que pita junto a las murallas, pita fuerte para que le oigan el repartidor de Peipasa  y el taxi de al lado, que  es un Seat 1500 con una franja amarilla.

Oiga usted!¿Pero es que no puede ir por San Gil?, le dice el jubilado de la Renfe al taxista negro como el tito, y me refiero al ánimo porque el taxista es de Zamora, aquí aún no se sabe lo que es un tanzano, únicamente cuando Tarzán les grita lo de ankawa, ankawa.

Esto no está pasando hoy, siquiera son las mismas calles, éstas son de adoquines, de los de antes, redondicos por los cantos, gastados y oscuros.

Y por fin el surtidor, y atrás el hombre que lo manda, pequeñajo y embozado. Gorra del Zaragoza, botas chirucas y dos bufandas, las manos sin guantes, fumando Bisonte, uno en la boca y otro en la oreja para luego. 
–No pasen pena que esto no es inflamable -nos dice-. A mí plim si estalla la plazoleta, lo que quiero es largarme y llegar a casa, que ponen el capítulo final de “V”.

Mi padre arrima el furgón, blanco, limpio, con olor a telas y ambientador del arbolito, aquella Nissan venida de lejos en la que debió acontecer mi primer polvo pero no aconteció. Tampoco el segundo, que fue en un sofá cama con sonidos indiscretos, ni el tercero, que fue en una playa qué sé yo dónde.

Tres bidones, ciento y pico litros de gasoil para calefacción pagados  en pesetas, van mezcladas del Rey y de Franco, propina no, hace mucho frío en esta plaza como para tener voluntad. Tres bidones cargados en la furgoneta con  el esfuerzo de mis riñones adolescentes. El jersey me queda corto  por el estirón,  se me ve la chicha y el cierzo me peina los pelillos, leves, de la espalda.

Gasoil de calefacciones.

El taller huele a radiador caliente pintado de plata, mi padre plancha los abrigos oyendo a Luis del Olmo y mi madre pega botones enormes y granates. Luego acomoda las prendas en la percha acaricándolas. Marisol hace los bolsillos y Pepa se encarga de los forros, la cadena funciona mejor que la de Henry Ford, ya quisiera él. Yo lo anoto todo.

Sifo, hecho un ovillo negro a mis pies, irreconocíble dónde la cabeza y dónde el rabo, se echa la siesta número seis de la tarde de invierno, que, ahora que pienso, es como la de Machado, peor contada.

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