las noches del soldado Nakamura


No sé si Nakamura estaba loco o simplemente muy aislado, es fácil de confundir la locura con el extravío, equivocar la ruta, ir a parar a una selva y construirte una choza a miles de kilómetros de la realidad. 

Dos días sin antena bastan, una ráfaga feroz de cierzo y el bloque entero se queda atascado en la semana anterior. Justin Timberlake sigue soltero y los virginianos continúan dudando entre Obama y Mitt Romney. Y vale que tenemos smartphones, pero para bajarme las noticias con el mío preciso de un entrenamiento prolongado por el mismo maestro chino que enseñó los cinco puntos a Uma Thurman, de hecho todavía se está cargando la página que me anuncia la muerte de James Brown.

Teruo Nakamura se atrincheró durante treinta años bajo la lujuriosa lluvia de los manglares, un imperceptible 90% de humedad de la que tragaba ciervos volantes y mosquitos. Él a su bola, alimentándose sin mediación de Mercadona y calzando una y otra temporada las mismas botas.

Para Teruo el mundo continuaba estando en guerra, vivía en tensión, agobiándose ante el menor crujido (yo los siento en el parqué de mi casa), suspicaz con los ruidos de motores, insomne por las pesadillas en las que se le aparecían los compañeros muertos, obsesionado con el honor e infectado por un miedo paranoico a fallar, avergonzar a sus ancestros e impedirles el reposo, sabido es por las películas que los espíritus orientales son propensos a moverse y acojonar.

Todo eso o demasiado sol en la cabeza.

Nakamura se mantuvo oculto entre las palmeras, cayéndole cocos en el cráneo, desde la toma de la base de Morotai por los aliados hasta el año 1974, inadmitiendo a trámite los rumores que las cacatúas impertinentemente le traían según los cuales la guerra había concluido. Los americanos -intentaban contarle- habían sido finalmente los más bestias. El Imperio estaba siendo desmantelado y las geishas puestas en oferta. 

No podía ser verdad, se decía a sí mismo Teruo, no así. La guerra acabaría cuando a él le diese la gana.

Es impepinablemente factible quedarte sólo contra el mundo, sólo necesitas coraje y una isla, algo empíricamente sufrido varias veces por varios que por lo general son rematados sin dilación ni piedad.

Millones de millones se han equivocado y se equivocan, hoy y todos los días, levantan ciudades sobre fallas geológicas, diagnostican mal una apendicitis, absuelven a un genocida, condenan a la inyección letal a un robaperas. Continuamente en infinidad de hogares se sintoniza el canal inadecuado, se vota por los políticos más mugrosos, se viste mal, se potencia al imbécil y lo imbécil. Alguien se deja sin revisar un manguito y un Boeing 947 se estampa contra una glera del Mont Blanc.

Puede darse el caso de que estemos en lo cierto, únicamente tú y yo y no el resto. O sólo tú, o yo.

Quizá esté bien fundada esa ilegítima pero humana percepción de que, durante cinco minutos, una hora o una vida, todo el mundo se equivoca menos tú.  
                                                                                  
                                                                             (Dedicado a Piluchi)


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Nota: Teruo Nakamura no era japonés sino taiwanés, durante la guerra miles de jóvenes de las zonas ocupadas fueron reclutados a la fuerza por el Ejército Imperial. Su vuelta a Japón fue polémica porque rememoró la parte más oscura del colonialismo nipón. Este bloc ha sido incapaz de localizar una imagen de juventud. El soldado japonés de la foto es un anónimo.

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