hacer el "ridícalo"


Esta vez mejor no nos preguntes, estamos muy mal, se nos hunde el suelo del plató, Miliki.

¡Estamos haciendo el "ridícalo"!, a grito pelado se lo decía Miliki a Fofó mientras brotaba un fino chorro de agua de la cañería perforada, directo a la cara y real como la vida, a mí me pasó colocando la cortina de la ducha. Los taladros los carga el diablo. 

Con un martillazo en el pulgar palmoteábamos como focas felices, habrá focas desgraciadas pero no era el caso, yo siquiera me percataba que la tele era en blanco y negro, de crío pedía muy poco así que me lo dieron todo, me pregunto por qué ahora no me funciona ese sistema.

El sketch finalizaba cuando aparecía Gaby, que siempre era el cliente, indignado sacaba una pistola y disparaba al aire, sonaba a petardos del quiosco de tebeos, todos corrían en círculo persiguiéndose con música de trombones y platillos. Después, el mismo Gaby se ponía serio para decirnos que las pistolas no había que tocarlas, un consejo importado porque aquí, en España, nuestros padres no guaraban pistolas en el cajón de la mesilla, pero el caso es que obedecíamos. Posiblemente los etarras jamás vieran los payasos de la tele.

Gracias a Miliki fuimos felices al menos en nuestro día, nos aclaraba que se puede ser "casi divino" sin necesidad de diseños de Gautier, concienciándonos también de que nuestro deber es alimentar a los ratones superdotados. Y mientras tanto otros, gentuza incapaz de tocar un sólo registro de acordeón, envenenaba las bolitas de anís minándonos el futuro, sustrayéndonos porcentaje a porcentaje la madurez y la pensión.  

Peor lo tenía la niña que nunca podía ir a jugar, aunque sólo sea por ella merece la pena que sigamos militando, quemándonos los ojos frente al monitor o los cajeros, depende de las cerillas que tengas en casa.

Ya sé que es un post triste pero no había más remedio, el teclado está húmedo y cabreado, es una putada que se muera un payaso precisamente ahora, cuando hay más cretinos que se merecen un tartazo.


Nota: Quien malescribe pide disculpas por sus enfados todas aquellas veces en las que Miliki dejaba por un ratito las payasadas y se situaba en el centro de la pista cargando con su gigantesco acordeón. Aprendí así, aprendimos, cómo la vida de rato en rato se interrumpe, y según a quien día sí día también, para ponerse triste, o al menos melancólica, y se nos ahogan las carcajadas. Hoy, cayéndome bombas que no me matan pero me putean, desearía enormemente regresar a aquella hermosísima tristeza sentado en el suelo a dos metros del televisor, pero este párrafo no ha sido otra cosa que un instante de debilidad en mi crónica ironía. Queda dicho y continúo pues con la tónica de siempre.

.