de técnicos de lavadoras y economistas.

Ministro de Economía y Competitividad

Aquí un servidor no es economista, para hacer una regla de tres me es imprescindible una servilleta de bar. Cuando yo estudiaba no era obligatorio, aprendíamos a ser caldereros, abogados, electricistas o traductores de griego pero no recuerdo que nadie nos dijese que, en el hipotético caso de llegar una crisis, nos exigirían un cum laude en Ciencias Económicas para no ser tratados como idiotas.

Cuando el técnico de la lavadora te dice que no hay más opción que sustituir el manguito de distribución de la bomba debido a que éste ha quedado obstruido por el desgaste de la arandela del filtro, tú no entiendes absolutamente nada. Si le preguntas al respecto, y tras invitarte a que te tumbes boca abajo en el suelo de la cocina, te señalará la pieza y comprobarás que efectivamente es así; no hay más opción que sustituir el manguito de distribución de la bomba debido a que éste ha quedado obstruido por el desgaste de la arandela del filtro.

Para los mesías de la economía el didactismo carece de rentabilidad, cobran más que un técnico de Balay, sin embargo prescinden de vulgarizar sus comunicaciones. Escupen sus dogmas mirándote con suficiencia desde el otro lado del telediario pretendiendo inculcarte su convicción de que, quien no entienda lo que acaban de explicar, es porque además de pobre es tonto.

Este bloc desconoce si el temario de las oposiciones al Registro de la Propiedad que aprobó Mariano Rajoy le capacita para debatir sobre macroeconomía en tres idiomas, de no ser así quizá sólo esté disimulando, haciendo como que se entera. Como cuando tu cuñado te pormenoriza el menú que le ponían en el crucero y te cuenta de nuevo que la gorra del Barça se le cayó al mar Caspio, si bien él no recuerda exactamente si era el mar Caspio o el de Caspe.

En cualquier caso miente quien lo diga que la participación de los políticos españoles en Europa se está limitando a asentir con la cabeza, ni mucho menos, desde Helsinki hasta Nicosia todos coinciden en el perfecto acento alemán con el que pronuncian la frase: Haré lo que ustedes manden.

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