soy el culpable de esta crisis.

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Miles de economistas y sus corbatas de seda nos lo llevan diciendo desde hace una década, pero la plebe obviamos escucharles, enterémonos de una vez de que la crisis la ha provocado usted, señor Fajardo Tramullas, y tú Maripuri, no te escondas guapa, así como la telefonista de Rodamientos Baigorri, el repartidor de cafés La Cumbianchera y el chofer que conduce la línea Betanzos-Baden-Baden.

Las calles rebosan de chihuahuas atados con morcilla, penden de nuestros techos estalactitas de manteca, hemos derrochado como posesos con mastercard, gastado más que tizas un mono, y eso y nada más que eso es lo que nos ha hundido en la miseria, ha desequilibrado nuestra balanza  y provocado desplomes espantosos como los del Coyote cuando caía por el precipicio intentando atrapar al Correcaminos.

Y mire que nos lo tenían avisado, pero la clase trabajadora siempre jodemos el invento, nosotros, los que debido a nuestra haraganería carecemos de dos o tres millones de efectivo, provocamos odio social y guerras, malgastamos el agua, arrasamos los bosques y desviamos la ruta migratoria de los patos, somos los irresponsables que, amparándonos en la fútil excusa de que curramos ocho horas durante once meses al año, invalidamos los titánicos esfuerzos que para mejorar el mundo hacen los políticos y banqueros con gran sacrificio de sus vidas.

No, no y no, no se disculpen ustedes desde la pretendida modestia de nuestras viviendas de 80 metros cuadrados, tampoco vuelquen sobre el honesto y entusiasta gremio de los constructores la responsabilidad del presente cataclismo ni desde la mezquindad habitual enfaticemos las bien ganadas cantidades que por su impecable labor perciben nuestros senadores.

Mucho menos acusemos tan a la ligera a la Casa Real, germen de nuestra democracia, por su siempre espartano presupuesto, ni al Ministerio de Defensa alegando lo caros que nos salen los tercios que para gloria de España mantenemos en Flandes.    

Los de izquierdas insistirán toda la vida en que la culpa de toda esta penuria es de las multinacionales y los bancos, no es así, los rojos gustan de difundir mediante estos básicos trampantojos sus conceptos trasnochados con los que disimulan la pura envidia que sienten hacia los triunfadores.

Yo en cambio acepto mi responsabilidad: esta horrenda crisis es culpa mía porque tras salir a tender la ropa con frecuencia me olvido de apagar el aplique del balcón.

Admito además que quizá lavo mi ropa un número excesivo de veces, un auxiliar administrativo no tiene porqué ponerse una camisa limpia cada tres días que además, en el colmo del delirio, acostumbro a lavar con suavizante.

Humildad señores, es lo que nos falta a los obreros. ¿En qué anacrónico derecho baso mis reparos a salir diligentemente a abrirle a mi jefe la puerta de su Jaguar? ¿Quién malmetió tan erróneamente en mi cabeza la supuesta indignidad que cometo accediendo a su lógica exigencia de subirlo a corderetas al despacho?

 ( Una crueldad innecesaría a la que debemos buena parte de nuestras psicopatías )