el fotograma que sólo vi en sueños.


Liz, morenez hierática, lujuria rellenita adorablemente desquiciada y de divinidad un tanto vulgar (las diosas también se encogorzan) tampoco me dijo adiós.

El Javi nos lo contó mirándonos a dos palmos, que es como miraba él, con voz temblorosa y bajita para que no se enterasen los adultos que jugaban al rabino en la mesa de fórmica de la cocina.

-Hay una escena en la que Richard Burton la saca en brazos de la bañera –nos dijo.

Y ahí se calló, como un cabrón, y cuando le pedimos que continuara lo hizo tras un gesto de desdén, haciéndose el mayor. Javi era un poco capullo.

-Te tienes que fijar muy bien –continuó por fin-, tienes que estar muy atento porque sólo es un segundo –bajó todavía más la voz dilatándosele las pupilas tras sus gafas de un centímetro de espesor-. A ella se la ve desnuda, de espaldas.

Era algo así como el año setenta y dos y a los niños idiotas como yo nos parecía punto menos que imposible que una señora (o un señor, o un perro pequinés) pudiesen salir desnudos en un filme.

Hasta aquél día mi universo mediático no había ido mucho más allá de Torrebruno y mi sueño más erótico era poseer el Mádelman submarinista.

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