cuatro leones.


Son pocas o ninguna las cosas nuevas bajo el Sol, dicen que dijo cabreado Salomón un día de calor, y fueron concejales con chistera quienes con el neto afán de agilizar la llegada del siglo XX, que prometía ser la leche, instaron a la vieja Zaragoza a que, remangándose las sayas, se dejase traspasar por los cables telefónicos y por el tranvía eléctrico, así como a que hiciese la compra en el Mercado Central, que ahora era modernisimo y hecho todo de hierro.

El Puente de Piedra, por su parte, mucho antes del cambio de siglo ya sufría de congestión, la Estación del Norte generaba un continuo trajín de carreteros maldicientes y pacientes mulas. Aunque el Puente del Pilar estaba nuevecico, quedaba todavía desmano con su diseño futurista. Además no cabía duda que el de Piedra era más seguro, incluso había sobrevivido a los franceses. 

Poseia un pretil de sillería desigual, maltrecho a trozos y con cuatro leones en los extremos, dos mirando a Zaragoza y otros dos mirando hacia Juslibol, con los hocicos romos por los años de cierzo. Eran unos leones cansos que se estaban recostando para echar la siesta, tenían el tamaño de un cordero mas que el de un león y dando un brinco se podía llegar a tocarlos con la mano.

Urgía así ensanchar infinidad de cosas que le venían estrechas al progreso, cuando le tocó el turno al puente, más menos en 1908, desapareció el pretil. Hemos de suponer que con el ruido se espantarían los leones.

El remozamiento consistió en construir a cada lado un voladizo destinado a los peatones, reservando la plataforma central para el tráfico rodado -que no sé si ya se le llamaba así- y la línea 4 del tranvía. La cruz erigida para honrar a los mosenes acuchillados por Lannes quedó por fuera de la barandilla, que era de forja y corría recta de extremo a extremo sin hacer los semicírculos de los machones. Las construcciones anejas, molinos, se derribaron entonces sobreviviendo únicamente en las fotos color sepia.

Si bien la citada barandilla era lo suficientemente alta para la estatura media de la época, igual daba cangüelo asomarse y ver romper contra  los tajamares el agua marrón y ruidosa. Los románticos que se detenían a mirar marchar el Ebro estorbaban el paso dada la estrechez de las aceras. En 1971, por la del lado del Pozo de San Lázaro, se fue de cabeza el autobús. Entonces aún no se decía lo de "leyenda urbana" pero igual las hubo, luego, a falta no sé si de morbo o de cronistas, los misterios se fueron olvidando. Los adolescentes prefieren los zombies a los pozos sin fondo. El caso es que desde entonces la acera quedó cerrada al tránsito.

La reforma de 1989 devolvió al Puente de Piedra su anchura original y desmontó los voladizos con las barandas. Se le dio con el estropajo a los sillares y el puente de marrón oscuro pasó a ser beige, que no se yo qué dirían los góticos. A ras de suelo se colocaron unos foquitos que algunos arebañados tuvieron a mal patear teniendo la injusta suerte de no quedar electrocutados. A las farolas marcianas poco a poco nos  hemos ido acostumbrando y Francisco Rallo consagró la sempiterna rehabilitación moldeando los cuatro leones más elegantes y pinchos del universo.

De los leones antiguos lo único que se sabe es que nadie sabe. Hay quien insinúa que son los mismos que durante mucho tiempo guardaron la entrada de la subestación que Eléctricas Reunidas tenía junto a la Academia, si bien a este humilde bloc le convence poco el argumento.

Otros, fríamente deducen que los cuatro felinos de piedra fueron tirados sin ningún tipo de decoro al mismo río que custodiaban (*).

Entra dentro de lo posible, ya hemos señalado que los zaragozanos de 1900 tendían a ser tan asquerosamente modernos como nosotros.

 
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(*) Simón González y Gómez; Los puentes sobre el Ebro a su paso por Zaragoza. 1987.

La mejor foto del antiguo puente con sus leones está en este blog; “De Zaragoza al Zierzo”.