los Palotes de la Corona

Me cuenta cabreada mi desampanante amiga Mari Pli que ayer su hijo, chat por medio, menos mal, casi se coge del cuello con un aficionado del Barça. Pero no por asuntos balompédicos, que diria Don Pantuflo, sino por exclusivamente históricos. Por cuatro palos concretamente, las barras rojas y amarillas que lucieron los antíguos reyes de Aragón y que, según el de allá, eran absolutamente catalanas, más que el abuelo de Casa Tarradellas.

Nada para mí, pobre mortal, más inasequible que el fútbol, aun así llego a distinguir el Camp Nou del monasterio de Poblet. Pero admitiré mi ignorancia, servidor no estaba cuando el rey Ramiro le comunicó a su hija que el galán que la pretendía la sobrepasaba casi en treinta años. Ignoro pues si fueron ellos, padre e hija, quienes aportaron los palotes o si Ramón Berenguer se los trajo desde Barcelona bajo el brazo.

Sí me imagino tenso el momento de optar por el escudo que iban a poner en la cancela del adosado. Mira dona -diría él-, he pensando que lo mejor será quedarnos con el mío, prinsesa, que nos sale més barato… ¡Ay cariñooo! ¡Que el escudo de tu familia es muy sosicoo! -respondería ella saliendo del baño con el secador-. ¡No fotis, eh Petri? ¡No seas nena!… ¡Tíra Ramoné y no me calientes, que la tenemos!

Todos los escudos con barras representados a lo largo de los rincones de la Corona son posteriores a esa boda. De ese mismo año por ejemplo, ni uno antes, existe un sello en el que, haciendo cierto esfuerzo, podemos reconocer las barras.

Dicen unos que el que fue segundo rey de Aragón, Sancho Ramírez, haciéndose vasallo del Papa allá por el 1068, decidió tomar como suyos los colores rojo y oro del pontífice. Otros apuntan en cambio que reyes posteriores (Pedro IV y María de Molina) dejaron escrito que las armas de su casa habían sido traídas desde Cataluña.

Estamos hablando, recordémoslo antes de sofocarnos, de un logotipo usado por la monarquía. Un objeto que advirtiese de su presencia al puteado vulgo al que había que dejar claro a quien pertenecían, ellos mismos, las tierras y los castillos. No se conoce que los jóvenes del siglo XII llevasen atada al manillar de la scooter una cinta con la banderica. 

Hace prácticamente dos días que la burguesía catalana de finales del XIX desempolvó el viejo pendón. Los prohombres de la Renaixença reconstruyeron su historia invirtiendo a veces mucha imaginación y aún más dineros, lo que ya no sé es si, cuando por fin en 1931 la restaurada Generalidad sacó la senyera al balcón, tenía claro que debería compartirla con Aragón, Valencia y las Baleares.

Las cosas de la Historia son como vienen dadas. Tratándose solamente de los membretes de los sobres tampoco es como para ponerse excesivamente picajosos.


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(*) Los primeros reyes de Aragón usaban como firma (no como distintivo) la cruz llamada de Iñigo Arista.

(*) Los catalanistas más inasequibles al desánimo aseguran que en la catedral de Gerona existe un sepulcro, el de la condesa Ermesinda, muerta en 1058, que luce diecisiete barras alternando rojas y doradas. Estudios posteriores han concluido que este fue repintado en tiempos de Pedro IV (1336-1387)

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