Felipe aparca el socialismo para hacerse conejero.

Usté, señor José! ¿Sabe qué coñe es lo que hace un consejero?

-¿Un conejero? ¡Pues qué va a hacer? Criar conejos, ¿o es que no?

-Eso –apunta Ramón mientras seca la barra con la misma bayeta de hace seis meses- es un cunicultor, y lo que Manolo dice es otra cosa –añade subiéndose los pantalones.

Manolo no responde, se queda callado para que el resabido del Ramón no se vaya a imaginar ni por un momento que la palabra se le hace rara. El Ramón, antes de tener el bar, era viajante de artículos de ferretería, después palmó su suegro y con lo que sacaron de las tierras que tenía por donde iba a pasar el AVE, montaron el bar. Su mujer es funcionaria en la degeá en Huesca y ha estudiado, debe haber sido ella quien le ha enseñado lo del cunicultor.

-No hombre, no es eso – dice después con un suspiro que le venía desde hacía rato trepando por la barriga-. Aquí lo que dicen es que Felipe González va a ser "consejero", consejero independiente -puntuzaliza.

-Eso pues es que no va a depender de nadie – afirma el señor José para que todos vean que entiende de estos temas.

-¿Pero el Felipe seguirá siendo socialista? –pregunta un anónimo desde el fondo del bar soplando hasta hacer olas en la superficie del carajillo.

Manolo se encoge de hombros transmitiendo un “vete a saber”, fija la vista en el titular hasta que se le emborrona recordando cuando le fueron a ver a un mitin en la plaza de toros de Zaragoza. Fue por su cuñado, que era sindicalista de la ugeté de la construcción, hasta que el marido de una prima hermana, uno que es ingeniero, lo metió en la Opel. Al poco, no preguntes porqué, le hicieron encargado. Por cierto que la hija se le casa en Junio, se van de viaje a las Molucas, que según él son unas islas que están pegadas a Cuba pero con mejores hoteles.

-Ninguno de aquellos sigue siendo socialista –Ramón categoriza mientras escurre la bayeta sobre las croquetas que tiene expuestas desde ayer-. Y óyeme lo que te digo; a los que de verdad son decentes se los quitan de en medio pa que no jodan el sistema o les untan pasta hasta que tragan.

Todos parecen asentir, no le debe faltar razón al Ramón, ¿pues no dicen que a Kénedi se lo cargaron los mismos del gobierno?

-Al hermano de mi padre lo mataron –dice de repente Don José mientras golpea el borde la barra con el culo del vaso vacío.

-¿A quién dices que mataron? –pregunta alguien tras una pausa interrumpida por el plop de la botella de tinto al destaparse.

-A mi tío, de un tiro.

Por la puerta entreabierta se mete sin permiso el ruido de la vespa del cartero que marcha a llevar un certificado de Endesa a uno que vive en el pueblo de al lado y que no paga. Luego se oye la voz de un niño que habla a gritos con su amigo. El crío dice “no te la bajes que te la paso yo”, los del bar no entienden pero tampoco les preocupa.

-Dicen que el que lo mató fue uno de Caparroso –continúa Don José rascándose la nariz anaranjada-, uno que festejaba con una de las hijas de casa Plou, la que era más guapa, así pequeñica – pone la palma a metro y medio del suelo - pero una moceta mu maja, macuerdo como si la viera. Las otras eran tres, la mayor de casó con un catalán y se marchó a vivir a Barcelona, esa yasabrámuerto, digo yo, porque –se detiene y calcula- era del tiempo de mi hermana y mi hermana murió lo menos hace quince años. A la más pequeña los hijos la tienen en una residencia de la caja de ahorros, la pudieron meter por su yerno, que era interventor, o director, no sé. A mí no me gusta.

A nadie le queda claro qué es lo que desagrada a José, si la residencia o el yerno interventor, el caso es la residencia de la CAI todos dicen que es cojonuda, las habitaciones hermosas y una tele de plasma en el salón que casi no coge en la pared de tan enorme. Y el cocinero es vasco, aunque en realidad nació en Haro, sólo que trabajó muchos años en Mondragón, en el comedor de la Fagor.

-Mira –dice Manolo tras una pausa que todos han empleado en intentar sin éxito recordar quien era la hija pequeña de los Plou-, en mi opinión, y hablo pa mí, ojo, ninguno de estos del pesoe han sido en su puta vida de izquierdas. De jóvenes a lo mejor, decían que lo eran  pa que les votasen, pero no hay mas que verlos de viejos cómo les va la mandanga.

-Ya te digo yo que se los hubiesen cepillado –afirma rotundamente Ramón- , si alguno de estos;  el Guerra, Felipe, Carrillo… (tose) el que sea, hubiesen tocado mucho los huevos no les habrían dejado que llegasen a gobernar ni un día ni medio.

-Chist! –le corta Manolo poniéndose muy tieso mientras levanta el dedo índice hacia el ventilador del techo- ¡No metas a Carrillo que Carrillo después de retirarse ya no ha chupao de bote alguno.

Ramón responde con una especie de mugido prolongado y menea de arriba abajo la cabeza para evidenciar que discutiría más pero que no lo va a hacer.

-El de Caparroso – Don José insiste cabizbajo- era de Falange, venía en un citroën negro con el maletero lleno de chorizos y cajas de vino, él decía que los rojos se las habían llevado de las bodegas de Casajús, que entonces era el dueño de la harinera (digo de la harinera pero lo era de medio pueblo) pero a mí me da que en cuenta de devolvérselas se las bebieron ellos. Éste que digo, el de Caparroso, se había hecho amigo del que luego fue alcalde, que decían entonces que organizaban unas cenas que eran verlas, que traían putas de Ejea y todo. Yo os cuento por lo que oía. ¡Ojo! yo no era mas que un crío, los chavales nos pegábamos por pasarle un paño al coche y el gachó, cuando salía de ver a su novia de casa Plou, nos daba unas perricas, ¡y mecágüenla si brillaba aquel Citroën! ¡más que el Sol! Lo veíamos aparecer por la revuelta de Garcés, esa curva dallá bajo, corría que se las pelaba el hijoputa, ¡menuda nube polvo hacía! ¿No ves que la carretera estaba sin asfaltar? –aclara sin que nadie le hubiese cuestionado.

Otro silencio, seguramente para que se fuese posando el polvo de la carretera junto al impasible olmo que aún crece en la curva de la torre de los Garcés.

Ramón no llega a sesenta años y no sabe de quienes está hablando Don José. Manolo, que sí es de su quinta, recuerda algo pero no mucho debido a que la infancia la pasó en el hospicio cuando a su padre lo dieron por desaparecido en el 39 y su madre se murió de la pena, aunque en realidad, y esto se lo contaron sus tías ya de mozo, si se murió fue porque en la comarca no había médico que la mirase desde que a los Olano, padre e hijo, se los llevaran en un camión, por mucho que doña Rosa saliese chillando a la calle diciéndole a aquel teniente andaluz y arguellao que los hombres de su casa no le habían hecho daño a nadie.

Más tarde iban diciendo por el pueblo que ellos se lo habían buscado,  porque los Olano, padre e hijo, habían curado a un anarquista de los que ocuparon los campos de la marquesita, contra los que la guardia civil tiró a dar. Eso fue lo que les perdió y nadie los volvió a ver. Ramón entonces era un pedugo pero se acuerda de cómo lloraba aquella mujer en mitad de la calle, descalza y en camisón, porque todo esto pasó a las tantas.

-Hoy en día es imposible que haya socialistas. En este pueblo parecemos tos ricos –murmura Manolo rebordenco-. Mira la tele a través del medio vaso de vino que le queda, tras los micrófonos Mouriño está explicando porqué no sacó a Cristiano hasta el minuto cuarenta y dos, la camiseta del Madrí se ve de color granate, es un vino que mancha el vaso. Ramón es un poco estorbao pero el vino lo pone bueno.

Eric, el chaval de Marijose, la peluquera de la calle Ramónicajal, pregunta si puede coger el Heraldo que acaban de dejar doblado sobre la barra. Después se sienta en la mesa que hay junto a la tragaperras en la que no juega nadie, procurando no hacer ruido con las hojas abre el periódico por donde los anuncios.

Eric vivía en Zaragoza, pero la tienda de cocinas en la que trabajaba cerró hace un año, cuando media docena de constructores dejaron a deber al dueño un pico. Tras muchas cartas del banco el asunto se zanjó con un amago de infarto un viernes por la tarde, mientras veía a la Chacón en el telediario de la uno bautizando un portaviones y su señora freía un par de sanjacobos. Así que, acojonado, se tomó la medicación que le mandaron y después chapó la persiana traspasándole el local a un chino de Jiangsu. Eric no tuvo otra que regresarse al pueblo a vivir con su madre  y ayudar de vez en cuando a un tío suyo que se dedica a cerrar galerías con aluminio. Por poco tiempo, porque el tío lleva meses diciendo que cualquier día se tira con furgoneta y todo al Canal de Tauste.

En la portada del periódico Felipe se atusa las canas, ignora al fotógrafo que tiene enfrente y mira a los ojos al que tiene a su derecha, desde atrás de un botellín de Fontvella vuelca sobre el atril su mente privilegiada y nos explica a la plebe, con su acento de sevillano de Bellavista, las razones por las que, dada la coyuntura actual, resulta imprescindible que continuemos haciendo esto, aquello y lo de más allá.