torpedos contra ideas.

Hundimento del RMS Lusitania. 1915.

La incultura emerge a oscuras, si bien ignora el significado de la palabra. El Lusitania sabe que van a por él y zigzaguea, pero ante un submarino tuneado no hay escapatoria.

Ser homínido cansa a según quien, y pensar estresa. Los batracios sin embargo ya saben lo imprescindible para existir, únicamente precisan un charco y una mosca que les sobrevuele, listos. Eso y estarse quietos, tumbarse a esperar la noche en chándal y chanclas riéndose sobradoramente de la abeja Maya porque vota a un partido minoritario y no para de ir y venir portando información de cómo es la vida en los bosques del otro lado de la carretera. 

Tú eres gilipollas, abeja, le dicen. A nadie le interesan otros bosques ni qué dijeron hace un siglo las lechuzas respecto a la soledad del individuo, si es el sol quien gira o deja de girar. Todo lo que puedas aprender nos sobra viviendo en éste universo paradisiaco de charcas abiertas hasta las tantas y larvas de mosquito. 

Seremos pues todos sapos, no faltará mucho, sapos quizá con muchos gigas gratis de conexión inalámbrica y de regalo una aplicación que emule la luz de Luna para croar donde tú quieras y a la hora que te apetezca.

Pero sin echarle más madera nos arriesgamos a que las olas apabullen esta nave supuestamente insumergible y plena de confort que tantos cálculos llevó a los ingenieros. Sin contar con quienes habitualmente la torpedean en horas de máxima audiencia con la pretensión de abaratar costos y que ésta sea una sociedad-plancton sin criterios, rasa y carente de espíritu crítico. Que volvamos a ser moluscos y dejemos al sistema modificarnos a su antojo. Poseyendo submarinos no necesitan ya quemar las librerías.

Se oyen gritos de pánico en cubierta y nos escuece la popa. Nos han dado, escoramos hacia la derecha y vamos dejando un reguero de ideas desmembradas que asusta a las ballenas. Los tiburones, que nunca desearon devorarnos, por vergüenza ajena se abstienen de mirar, les basta con que se ahogue el hijoputa que aseguró que sus aletas eran afrodisiacas. 

Sin pensadores tendremos muy pocas esperanzas de desayunar mañana, encima José Luis Sampedro ya no está a bordo. Ahora es más libre que nunca y lo mejor es que ya no le falla el oído. Se ha dejado llevar con apenas 96 años porque ponerse a discutir con entidades eternas exaspera incluso a los inteligentes. Pero la muerte sabe de sobras que nos ha hecho una putada, la humanidad sin humanos es un fiasco.

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