Cada vasito de leche con Omega 3
y cada Danacol, cada kiwi que tengan ustedes en la nevera y hasta los ganchitos
que comen visionando “¿Dónde vas Alfonso XII?”, son susceptibles de imputar, Alteza.
Ahora que es sabido lo sabido, de su casa resulta sospechoso hasta el buda de madera
del pasillo.
Este bloc no entiende de derecho,
si una vez traspasé el hall de la Facultad fue porque en el salón de actos
tocaba el grupo de un amigo. Quien por cierto, nos prometió un aforo de niñas pijas con disponibilidad de
apartamentos paternos en Salou y allí no pasó de haber una docena de heavys carentes
de bienes inmuebles. Pero aún profano en jurisprudencia, el ciudadano usuario de
bonobús entiende que su alteza ha dormido bajo un edredón posiblemente adquirido
con el producto de mesitas de trile, eso sí, de estilo Luis XV. Una pasta que
se colaba en Pedralbes hasta el salón sin que nadie se aventurarse a preguntar.
Cinco kilos de euros no te los
dan de comisión por vender la Enciclopedia Canina de Salvat. Cualquiera sabe a cuánto asciende la nómina de su cónyuge y qué
días son los que cobra. ¿Cari, a ti ya te han ingresado? Pues dale dinero al
crío que necesita plastidecores. Pero parece ser que en casa hablaban poco de
dinero, será porque usted vuelve harta
de actualizar libretas o será porque pagar el gas no es su problema principal,
antes está la úlcera que producen las cuñadas.
En cualquier caso el vulgo no nos
lo tragamos todo, y eso que estamos entrenados, súbditos fieles como somos de
su Real Padre desearíamos creerle, como Rodrígo Díaz, dejaríamos la vida en ello. Díganos que al menos lo dudó antes
de dar por cierta la historia que le contó su marido, eso de que se encontró
una olla llena de monedas al final del arco iris.
Y confiésenos también que le molestaba
sobremanera que Corinna, de vuelta de una de sus francachelas, con los zapatos
en la mano y tras haberle potado en el portal, picase en el telefonillo cuando ustedes
ya estaban con los pijamitas de Snoopy puestos. Cris, reina, dile a Iñaki que
baje que tengo un curro para él. Le decía con su irresistible gracejo francfortés.
Todo era sospechoso igual que en
un capítulo de Jessica Fletcher y usted debería haberse estado más atenta, Señora,
fijado en que el Rolex que dejaba su churri en la mesilla no era el mismo que ganó
en aquella tómbola en las fiestas de la Mercé. O dígame si no de dónde obtuvo la
pasta para comprase la PlayStation 4.
Una esposa española como Dios
manda, paseada en Rolls y casada por el Arzobispo de Barcelona portando una
cola de más de tres metros (el vestido, no el arzobispo), debería haberse
percatado de ese tipo de cosas que a cualquier plebeya le hubiesen costado, además
del piso, una bronca con sus padres, seis meses sin echar un polvo y ciento
cincuenta cajas de tranquimazines.
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