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Me moriría de
miedo manejando un cóctel molotov y lo admito; no sé cómo se le prende fuego a
un autobús, también soy una nulidad encendiendo la barbacoa y a mi edad no me apetece internarme
en la selva con un pasamontañas, así pues intento desestabilizar el sistema
desde aquí, quizá las teclas puedan hundir un gobierno, si lanzas un teclado a
la cabeza del presidente serás sin duda inmovilizado y detenido por la policía
de la RAE.
En cambio, un único asalto a la
Bastilla y el mundo cambia en un mediodía. La pega es que en mi curro no hay
con qué improvisar una barricada, apilando paquetes de folios se tardaría
demasiado, podríamos quizá afilar mucho la punta de los lápices, como en
Braveheart, sin obviar la posibilidad de defendernos con las grapadoras.
De momento, y en lo que respecta
a hundir el régimen, un servidor no ha servido para mucho, hasta anoche anotaba mis frustraciones en
un cuaderno, me he cargado media
Amazonia y no tiene sentido, las frustraciones viejas pierden
importancia cuando son reemplazadas por las frescas, lamenté en su día, eso sí,
no haberle echado un polvo a Mrs Robinson.
Llegados los dieciocho opté por
quitar el poster del Ché que tenía en la pared y en su lugar poner uno de Barbarella,
pero mi primera novia era muy celosa, en una ocasión llegó a amenazar a Jane con
un mechero, así que opté por mi novia, que al fin y al cabo tenía tres
dimensiones, y a la otra la metí enrollada en el fondo del ropero. Cuando la desenrollé,
diez años después, me sacudió un tortazo y se largó con un cartel viejo y
arrugado de Bob Marley.
Volví a poner el del Ché, pero para
entonces yo ya había firmado la hipoteca y había mutado en un pseudo-burgués
con polo pirata de Lacoste, finalmente me echaron de la guerrilla al no poder
pagar la matrícula.
Ahora planeo volver a rebelarme, al
menos durante un rato. Debo no obstante vigilar la hipertensión y confieso que sin
las gafas soy incapaz de chinar una farola. Por otro lado me parece un abuso
cómo el delegado del Gobierno putea a los antidisturbios, que no dejan de ser personas,
supongo.
Pero ojo, llevo un cabreo
proporcional a mis derrotas así que, llegado el caso, quequieradiosqueno, permítanme
manejar a mí la guillotina.
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