La casa más rebelde de Conde de Aranda.

Antiguo nº 153 de la calle del Portillo.
Cada jubilado que pasa por la acera despotrica y la manda echar abajo. Los jubilados suelen ser implacables con lo viejo. Lo cierto es que no costaría mucho. Un mallazo y adiós, más polvo del que ya tenemos.

A la calle Conde de Aranda la dictadura le robó el nombre. Antes de eso fue la del Portillo, que desembocaba en la puerta ante la que dicen que a doña Agustina se le inflamaron los ovarios. Por allí se salía de la ciudad hacia el resto de mundo. Por allí marchaban los condenados a pasarlas canutas en la Aljafería acusados de dudar de la Trinidad o  de sodomizar a una gallina o a un aprendiz de yesaire. La calle era estrecha y no partía de la Audiencia como la actual avenida, sino de un barullo de edificaciones que había a la altura de Escolapios.

En 1928, el arquitecto Miguel Ángel Navarro trazó la nueva calle. La prioridad era ensanchar la vieja, empalmar con el Coso arramblando con el citado mazacote de caserones en los que se amontonaba gente pobre. Para ello hubo de pulirse toda finca que no ajustase su frente con la vía proyectada. Del sangrante chandrío salieron ganando los padres Escolapios, que levantaron la nueva fachada estrenando otra perspectiva.

A poco de iniciarse la década de los cincuenta se construyó la oficina Nº 1 de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, junto a la plaza del Portillo e imitando a la Oficina Central de la calle San Jorge. La recién creada agencia fue obediente al proyecto de Navarro y alineó su planta con la nueva Conde de Aranda.

Pero por algún motivo la casa contigua se rebeló. Dijo "no" a la alineación. A pesar de eso sobrevivió tal y como estaba. De momento hasta el lunes pasado.

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(*) Más menos enfrente existía un caserón en el que eran encerradas las mujeres mal consideradas. O bien, depende por quien.
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