José Antonio L A B O R D E T A


A Labordeta lo veíamos a veces paseando por el Casco, solitario y con gorra entrar por una puerta del Mercado Central y salir por la otra, como hacemos todos cuando hace frío.

Con el tiempo él se fue haciendo más pequeñico y su bigote más grande, hablaba menos y salía poco en los papeles, no sé si porque tenía menos razones para salir o si porque tenía demasiadas.

De lejos, de acera a acera, parecía que todo él se iba alejando un paso tras otro de este universo inconsecuente y deshonesto.

La última vez que me lo crucé fue en su paso de cebra del Paseo Pamplona, como si viniese él o me fuese yo a tomar un cortado en el Levante.

La última vez que le oí cantar fue en Antena Aragón, con Carbonell y Eduardo Paz, juntos cantaron Aqueras montañas tan alteras son, no me dixan vier a los mios amors...

La última vez que voté, y quiero decir con esperanza, fue a él, en el 2004.

Y así estamos, abuelo, unos cuantos sin curro, otros tantos  desastrosamente pagados, incluidos los viejos, que eso sí es un pecado, y casi todos viviendo a medias, entontecidos del haba, grabados con camaritas para autoprotegernos y organizando huelgas, sí, pero con muy poquica rasmia.

Hace bien en marcharse ahora, el resto nos quedaremos subcontratados y prescindibles, mal enseñados y peor aprendidos, embobados por los mismos medios que le homenajearán a usted a partir de mañana, porque sepa que lo mentarán tertulianos dignos de ser corridos a gorrazos hasta el pozo de San Lázaro.

Su señoría ha dicho muchas cosas pero supongo, maestro, que no le habrá dado tiempo de decir todas, no se de mal porque han sido las suficientes.

En lo que a un servidor respecta, no tardaré en verlo de nuevo cruzar de lado a lado la plaza de San Cayetano cualquier mañana de este otoño que comienza.


.