Soy malo, y yo ni idea, advierten
determinados politólogos de plató. Y un extremista puesto que no
censuro los cercos al Congreso. Además muy violento, apuntan los mismos eruditos. Que tengo la desfachatez de considerar imperfecto el sistema de bienestar y me dispongo a echarlo abajo mediante la fuerza. Y que no
sería nada extraño que me hubiese montando en el trastero un zulo, de esos de plástico del Ikea, concreta el ponente más actualizado,
para amedrentar a mis conciudadanos ricos a quienes aborrezco por
poseer mentes más brillantes y eficientes que la mía. Vaya un disgusto para mi
abuela que soñaba verme ginecólogo de la Familia Real Británica.
Tranquilícense. Sepan ante todo que
un servidor sería incapaz de torturarles. Para empezar no suelo coincidir con
ninguno, ni en el rellano, ni en el 52, ni en la máquina de café. Siquiera
recuerdo que me hayan sido presentados. Con una excepción; el dueño de aquella
fábrica, señor muy considerado con sus libertos, que entabló una ligera charla conmigo
mientras contemplaba cómo le lavaba el coche y vaciaba el cenicero. Se dirigió
a mí llamándome Bermúdez, me preguntó qué tal se criaban mis trillizos y agregó
que por mi sonrisa deducía que al Depor le había ido bien contra el Villareal.
El que algunos tengan cierta buena
voluntad lo admito, los ricos poseen idénticos cromosomas a la gente honrada,
pero hacen mucho pamento y se espantan como gallináceas cuando ven más de tres
personas juntas en su acera, aunque sean por la comunión de la niña del conserje.
Leo en la peluquería de mi amigo
Mohamed los abecés de la semana pasada. Los titulares son traídos de 1930. Los obreros,
alertan las editoriales, tienen mal perder. Inciden por su parte las
cabeceras de La Razón en la animalidad de ese proletario que reacciona chungo
cuando un banco, una entidad sin duda honesta dado que está sostenida con
dineros del Estado, le reclama las llaves del pisazo de 60 metros con usufructo
de tobogán, patito con muelle y espectaculares vistas a las vías del tren de
cercanías.
Será pues verdad y sin saberlo pertenecemos
a un colectivo peligroso, a pesar de que somos nosotros, los
obreros, incluidos los parados, los inmigrantes, los que hacen fotocopias en la
Consejería de Chuches de la DGA y los empleados de RTVE, los mejores pagadores
en gasolineras, eléctricas, carrefoures y Loterías y Apuestas del Estado, y es
de nuestras declaraciones de hacienda de quien depende que Bárcenas tenga de
dónde sacar para ornamentar con confeti las botellas de Chivas y demás emolumentos
del Secretario del Delegado, o de la Delegada de la Secretaria, o de la
Secretaría de la Delegación, o de todos ellos y ellas, que para algo tienen un
cuñado en el poder.
O lo que sucede quizá es que esa Derecha,
una señora en principio amable pero que debería fijarse bien en con qué
tertulianos gusta de retozar junto a la chimenea del chalé de Cercedilla, es aficionada a la güija
y el vasito se lo menea siempre el espíritu del mismo de la FAI que en el 39 se
llevó por delante, él sólo y sin ayuda de Azaña, a una familia entera de marqueses
sin perdonarse siquiera al loro, al que fusiló tras comprobar que comía
bastante mejor que sus chavales.
Si es ése el caso llamen presto a
Carmen Porter. Ella sabrá guionizar sus pesadillas en sepia y ponerles un fondo
de música de miedo. Cuéntenle a Iker que ven fantasmas de izquierdistas
peligrosos por doquier y él, que se conoce a todos los ectoplasmas de aquí a Belmonte
de Gracián, les recomendará para el exorcismo un libro de Dragó, una estampita de Llamazares y un
tratamiento a base de trankimazines y Phoskitos.
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