el señor al que temían las abuelas

Santiago Carrillo, 1977 (foto EFE)

Hoy es usted más televisivo que Doraemon, Don Santiago, ríase a gusto, lleva dos días teniéndolos a todos tertuliando sobre su persona, disimulando la etiqueta de Armani cuando se inclinan para darle el pésame a su viuda.

Los politicólogos chupan cámara y sientan cátedra, una cátedra desmontable del Ikea, y los amateur ponen cara de creer ser parte de la historia cuando exponen lo que sobre usted sacaron ayer de la Wikipedia, sobre todo hacen hincapié en el episodio cuando Stalin se le quiso meter en la cama y usted lo dejó mirando para Vladivostok. O no, disculpe, me confundo, es que ayer en esta misma cadena hablaban de Encarna Sánchez.

Su foto, fumando y taciturno, la ponen de portada incluso en la hoja parroquial, hoy toca aparcar a Bretón y al Ecce Homo para viviseccionar sin ninguna profilaxis la Transición, relatárnosla de nuevo evitando las aristas, mencionando de pasada los apaños y contándole a los niños lo a puntito que estuvimos de esto y lo a puntito que estuvimos de esto otro. Es éste un país siempre de a puntitos, Franco a puntito estuvo de hacerse pis encima un par de veces en el balcón de la Plaza de Oriente, tenía jodida la próstata por culpa de los judeomasónicos.

Servidor no escurre el bulto, soy ese jovenzuelo que se rajó de votar al PCE porque le pareció rancio y demodé, me deslumbraron las campañas progreguays del PSOE, los afiches de Ouka Leele, se me fue la pinza con las tetas de Victoria Abril y me pregunté qué tenía de malo usar laca de Garnier para el flequillo. Incluso una vez pagué por ver un concierto de Mecano.

Siento que metí la pata, Sr Carrillo, las niñas posmodernas estaban más buenas y ser comuinista exigía ir de pana gorda, elegí mal y voté a los indecentes. Entonces yo era joven y corría el doble que cualquier antidisturbios, hoy me entraría el flato y me hostiarían antes de llegar a la primera bocacalle, ya no valgo siquiera para menchevique. Le cuento: mi jefe se ha mandado hacer un busto y lo ha puesto a la entrada de la oficina. Mañana me toca a mí llevarle las flores.

 Agrupémonos todos en la lucha final”, silba el canario de mi vecino de arriba. La empleada del súper de enfrente ha salido a fumar porque está hasta el coño de apilar cajas de Don Limpio, al oírlo levanta el puño izquierdo. El furgonetero de Bizizaragoza se le une, toca el claxon y le grita “camarada buenaestás”. La maestra jubilada que paseaba a su perrito saca un espray del bolso para grafitear una palabrota en la vidriera del BBVA y la chica de la tienda de Movistar reparte el Samsung Galaxy entre los parados que pasan por la acera. Dos funcionarios del juzgado están precintando la puerta de la ETT de la esquina.

Cuando llega el coche de policía de él desciende un agente mal dormido, el perroflauta de los malabares le propone echar un carajillo en el bar de su colega. Los veo irse de espaldas, como en la escena final de Casablanca.

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