subvención. (Del lat. subventĭo, -ōnis).
1. f. Acción y efecto
de subvenir.
auxilio. (Del lat. auxilĭum).
1. m.
Ayuda, socorro, amparo.
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No llames dragón a la lagartija,
si te oye te puede devorar, dice un proverbio chino de la zona de Calatayud.
Resérvese papá Estado la
palabra auxilio para las situaciones límite. Por ejemplo acudir con el
hidroavión cuando los vecinos de un monte en llamas se lo soliciten. Y rapidito,
todos sabemos que existe un complot entre pirómanos y delegados ineptos del
gobierno para convertir la mayor parte de España en un parque temático dedicado
a Mauritania.
Los medicamentos ni están
ni estaban subvencionados, un analgésico no es un flotador en forma de patito,
es un derecho conquistado a base de pagar por cada cosa un pico más de lo que
vale, y nada es gratis, gratis sería que los laboratorios farmacéuticos
regalasen el Espidifén a cambio de una sonrisa o que al neurocirujano que te
trepana le bastasen como salario un par de besicos. Aquí lo pagamos todo antes
o después, cuando vas a por el pan, cuando te cruje Hacienda o cuando te dejan la
nómina en bragas y sostén.
Desde que me compré mi
primer pastelito de Panrico la administración ha ido absorviendo pellizcos para
prevenir mis necesidades, por si me quedo sin curro, sin bazo o sin piso por
una erupción inesperada del Moncayo.
Cuando precise el Sintrón se apoquinará con el dinero que ellos me llevan guardando porcentaje a porcentaje, y si mi vecinito, el descerebrado del tatuaje en las pantorillas, se parte en tres su insana cabezota al estamparse con el skate contra el busto Ramón y Cajál que hay en la plazoleta, tampoco debería haber problema porque su madre, el conductor de bus, yo mismo, el conserje y hasta la violetera, estamos poniendo la pasta que él aún no pone.
Cuando precise el Sintrón se apoquinará con el dinero que ellos me llevan guardando porcentaje a porcentaje, y si mi vecinito, el descerebrado del tatuaje en las pantorillas, se parte en tres su insana cabezota al estamparse con el skate contra el busto Ramón y Cajál que hay en la plazoleta, tampoco debería haber problema porque su madre, el conductor de bus, yo mismo, el conserje y hasta la violetera, estamos poniendo la pasta que él aún no pone.
La cabeza, si es que tiene solución, se
la apañaremos lógica y europeamente entre todos, siempre y cuando no medie un
ministro iluminado que mande tapiar los hospitales públicos argumentando que
Lourdes nos queda a cuatro horas de autobús. Hablo por mí, claro, los que vivan
en la Meseta tendrán que ir a Fátima. Los de Melilla lo tienen más chungo.
Este gobierno se confunde y
confunde a quien le escuche. Lo público no es una gracia del
Estado generoso, pretenden inculcarnos que todo servicio estatal es la merced
de una majestad pechugona y maternal que accede a descender de su hornacina desengarzando
uno de los diamantes que le adornan la diadema y entregándolo para que se le
compre leche a los hijos de las lavanderas.
Y no.
.