viendo la tele todavía podemos ser inteligentes



Hemos roto algunas cosas, díselo sino a los rosales de Fukishima, pero como especie quizá no seamos tan pésimos, quítale nuestra tendencia al exterminio y omite los chándales de lycra y verás que el balance no es tan malo.

Poseer cien mil millones de neuronas no deja de ser una ventaja, vinculadas por sus axiones de colores nos permiten ir por la vida de vertebrados divagantes y civilizados, desde Arquímedes corriendo en pelotas por la calle hasta el último video de Marta Sánchez nos lo hemos currado.

En lo que a un servidor respecta las ocho temporadas de House tienen mucho que ver, a la altura de cuando vi a Kenneth Branagh recitar un monólogo de Shakespeare, en inglés, no me enteré mas que de los yeses pero me importó un pito. 

Así las cosas, y hasta la fecha en la que un servidor disponga de posibles para visitar Florencia, habrá de conformarse con experimentar éste tipo de modestas plenitudes, en este caso limitadas a dos dimensiones y treinta pulgadas.

El personaje se tiene que morir, no opino, solicito, y si  así no sucede en postproducción agréguenle un acantilado de Maryland, que por él  se despeñen moto y médico.

Quien suscribe no quiere verle envejecer repuesto ocho veces en las mañanas de agosto tal como hicieron con Chanquete.

Váyase pues, Dr. House y póngame a los pies de sus guionistas.  

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