Habrá que volver a convencer a los incrédulos

Fuente de los Incrédulos (1786)

No hay chorrito ni sonido, y sí desconcierto, el tranvía le cuca un ojo cuando pasa, en plan corporativo, pero la fuente sigue seria.

Una fuente sin chorro –ella misma dice- es un absurdo, y confiesa a quien le escuche la vergüenza que le da poseer el título sólo por que lo reza la lápida del sombrero. No desea que le suceda como a Rossy de Palma, que aunque hace años que no graba un plano la siguen llamando actriz.

-Es que no hay cosa más triste que un caño seco, y aquí tengo dos.

Las ciudades chulean entre ellas de mega-estructuras a lo Ridley Scott pero se dejan durante meses sin reparar una baldosa levantada por la lluvia. Alegan contar con menos cash que Carpanta. Nadie pida pues que le corran los bancos a la sombra si el urbanista que diseñó la plazoleta se hizo la chorra un lio con el Este y el Oeste, además ya cobró el talón. Si le place al ciudadano puede ir en Julio y a las cinco a freír huevos en el esbalizaculos.

Pignatelli se inquieta, no tanto por llevar la levita perdida de excrementos de paloma como por el mosqueo de no ver llegar barcazas a la playa de Torrero. Le pregunta a Gustavo Adolfo y este, modulando la socarronería por si ofende, procura ponerle al día sin infartarle.

-Sepa además, mosén, que ahora el agua la traen de Yesa – le dice.

Don Ramón no se lo cree, ni eso ni que los jesuitas hayan regresado y como revancha cobren por aparcar a los que van a Trauma.

Pero sobre todo le mosquea que la chavala que cada mañana cruza el parque para ir a trabajar, lleve en la mochila un botellín de agua de Font Vella.

Ramón de Pignatelli  (Palacio de Sástago, Zaragoza)




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