Aparte de un mensaje de whatsapp con
tres gatitos, lo de “Feliz Año” es un deseo sincero, es un chiste, la letra de
un blues y el sonido de una botella descorchándose cuyo tapón te acierta en todo
el ojo.
Así pues créame, le deseo feliz
año, señor Rato, sírvase y disfrute, hete aquí mi escaso pelo, usted disponga si
seguir tomándomelo y haga oídos sordos a éste y a todos los clamores. Unos insidiosos,
eso somos, ignorantes de los superpoderes con los que cuenta su señoría
para ser asesor, de Telefónica, de la NASA o de la TIA, los ciudadanos no somos
sino una tropa intitulada que envidia a los magníficos. Es usted grande, señor
Rato, síganos pues expoliando que aún queda.
Lo mismo digo, señora Cospedal,
téngame a sus pies. Lleve usted o no lleve puesta la peineta es sibilina su capacidad
de gestionar por igual lo suyo y lo del Toboso, sepa que me siento muy feliz de
que mi salario mengüe mientras usted, discretamente, incrementa su peculio,
pues no faltaba más, y también feliz año para usted, Doña Esperanza, admirable
su valentía a la hora de tornar en selecto lo populachero, trabajar por el
bienestar de la plebe es un valor decimonónico y la sanidad, cuando era de
todos, resultaba cutre y demodé. Gracias mil, señora, por mantener a raya a esos
enviciados jubilados que consumen antiisquémicos para mantener una calidad de
vida que, pasados los sesenta y siendo pobres, debería serles prescindible.
Y glückliches neues jahr, querida Doña
Ángela, su bien hacer de seguro nos sacará de éste pozo barroso e improductivo
en el que nos sumieron los socialdemócratas con su maniática insistencia en
mantener unos servicios públicos que los españoles, bajitos y católicos como
somos, ni merecemos ni sabemos disfrutar. Como bien le habrá informado nuestro
presidente, nos basta con un porrón y una rumbita para ser felices, tenga por
seguro que le saldremos baratísimos cuando nos haya anexionado por completo y nos
ponga por rey a Felipe el Hermoso, ahora que a Juana le hacen pagar por el
Lexatin.
Y feliz 2013, conciudadanos
ibéricos, no nos estresemos que todavía nos quedan Torrente y el Anís del Mono,
pero seamos prácticos y comprémonos el paraguas más grande del mercadillo para, como Gene Kelly, disimular cantando que nos estamos chipiando.
A falta de un Noé que sepa construir un arca con botellas vacías de aceite de
oliva, nos ahogaremos viendo Tele 5, incluso los que todavía flotamos a base de
patalear y blasfemar contra un Dios distraído y neoliberal.
En cualquier caso ahí está la calle,
ahí las delegaciones del gobierno, los cajeros automáticos y los escaparates de
las entidades financieras que nos extrajeron el riñón y nos ligaron las trompas
mientras dormíamos.
Los adoquines, eso sí, habrá que
ir a buscarlos al pasado, regresar con la máquina del tiempo a la Transición y
traer de paso la dignidad perdida tras estas tres décadas ignominiosas en las
que, votando con las vísceras, convertimos en gobernantes a una raza de
forajidos carentes de patria y alfabeto.