¿Para qué te tomaste la molestia, Agustina?


Fue llegar y no dudar, supiste enseguida cómo coñe se disparaba un cañón, yo me hubiese pasado media tarde y con los nervios gastado la caja entera de cerillas.   

Y el caso es que, permíteme que te lo diga, tu rey era un capullo.

Por eso me pregunto si entre los cascotes y el humo, mientras los gabachos corrían subiéndose los culóts, te planteaste hasta qué punto había sido práctico ponerte cabezona, si no era un sinsentido haberles arrugado el shakó de un macetazo.

Si no pensaste que más pronto que tarde se nos iban a zumbar, por mucho que nos hiciéramos los chulos éramos un reino arruinado, inefectivo como el yelmo del Quijote, cada bala de cañón nos salía un potosí y además las habíamos pagado con la VISA. Lo peor es que el enemigo lo sabía.

Salvo aquella vez que Iniesta pilló despistado a Stekelemburg siempre son ellos los que ganan. Nuestros gobernantes en cuanto se oyen los primeros pepinazos se apresuran a agacharse para luego echarnos la culpa del desastre. Por ahí opinan que sólo somos eficaces llevando un mandil y una paellera sobre el hombro.

Así que no me hagas caso. Agustina hiciste bien, dijiste que no y fue que no, y si sale con barba San Antón. Ignoraste ese catastrofismo de burguesillo acojonado lector de titulares y te manchaste de barro las enaguas sin pasársete siquiera por el moño que podías perderlo a causa de un obús.

O de una reforma laboral, que mata más.

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