el Puente de América

Con suspiros de marquesa manifiestas tu insoportable dolor de tacones, mi frente brilla como la de Buda, tú te ríes, casi me enfado y ríes más.

Pasan de las ocho, disimulando corre sin ninguna gana el canal, en las orillas de barro los árboles se agachan para rozar el agua amarronada, algunos casi lo consiguen, un platanero viejo los mira, un grandullón bellísimo que deforma la acera haciéndola gemir.

Tres rumanos conversan de coches y futbolistas millonarios, uno de ellos, cuando sentencia, eleva una lata de cerveza igual que la Libertad su antorcha, tras ellos el sol sigue hincándose de canto entre tu barrio y tu colegio, como nosotros quejándose de cansancio, asegura que hoy se levantó antes de las siete.

Las flores de hierro del puente aún aguantarán tibias unas horas, despotrican de los ayuntamientos, están pintadas de verde y no entienden porqué, si Torrero, dícen, jamás formó parte de París. Los mosquitos nos acosan compinchados con el tráfico, tú observas la hilera de patos marchándose a dormir, yo a una niña que hace un minuto estaba a punto de llorar y ahora es la más feliz del mundo.

Todo sucede mientras se deshace, en vertical y despacio como un imposible muñeco de nieve, la luz de media naranja de una de las últimas tardes de este verano primero.

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